lunes, febrero 16, 2009

CLASIFICADO
Apaga el televisor y se levanta del sillón, una hora de noticias lo ha dejado pensando en sus acciones. En esas decisiones que tomó cuando estaba al tope de su éxito. Derrotado se arrastra hasta el estudio, allí, prende dos luces que nunca llegaron a iluminar un cuarto por completo y que ahora se conforman con rellenar los espacios oscuros de un viejo escritorio. Se sienta frente al mueble en una de esas sillas giratorias que tanto le gustan, y que le hacen sentir al mundo cuando gira; destapa su máquina de escribir y saca algunas hojas de papel, tamaño carta por supuesto, porque ese es el tamaño necesario para todo lo que él quiere contar, ese espacio le permite desarrollar sus ideas. Se revisa los bolsillos del sueter, buscando los lentes que le permitan ver las teclas, esos pequeños vidrios útiles que le han ayudado desde hace 25 años ha mejorar su visión de las cosas. Cuando se los pone se molesta y piensa que hubieran sido de mayor ayuda cuando llegó el momento de entregar un país.
Teclea deprisa, teclea sin pensar, vacía sus emociones dentro de una hoja. No se preocupa por haber dejado la estufa encendida con un café que ya empieza a transformarse en neblina, quiere escapar de ese cuerpo de 80 años que le ha robado sus años mozos, quiere encontrarse en una nueva vida vendiendo empanadas en una playa y sin haber participado nunca en la política. Recuerda con desprecio como comentaristas, analistas y conductores de programas de opinión, hablan de él, como si fuera el que desencadeno el apocalipsis. ¿Por qué? ¿Por qué, maldición? se pregunta constantemente, sin dejar de lamentar que ahora sus pensamientos de firmeza lo han abandonado, dejando tan solo a un saco de huesos reflexivo y que empieza a arrepentirse de las decisiones que tomó. "Nunca debemos arrepentirnos de nada, la política es un juego de decisiones certeras que cambian el destino de las cosas, para bien o para mal", decía siempre. Que estúpido era, jugando a ser sabio, cuando la sabiduría nunca estuvo de su lado.
Quiere crear, quiere evolucionar, convertirse en un ave capaz de pasar cualquier barrera; volando hasta los picos más altos donde los espirítus de la naturaleza hacen poderoso hasta el ser más insignificante. Mientras tanto la casa se llena de un olor tostado, ese café turco que se está desperdiciando en la cocina le emite gritos de ayuda para que no lo deje morir. Lo ignora, a veces desea que la muerte llegue rápido, por eso hace maniobras concientes que convierten cualquier acción hogareña en un potencial accidente. Dejar el gas abierto, cocinar hasta que las ollas se cubran de un ollín espeso e inpenetrable, dejar la casa abierta para que algún viejo enemigo se reencuentre con él y bailen en un último round de muerte. Sigue tecleando, no sabe que dicen las oraciones que plasma en la hoja, no entiende las ideas y tampoco el contexto, tan solo quiere que los dedos y la mente se le duerman, que se llenen de ese hormigueo vacío que invade a los musculos cuando están cansados o a punto de atrofiarse. Solo de esa manera podrá dormir esta noche, sin tener que ver atrás y observar como durante su gobierno vendió a una nación, la dejo desprotegida para que se marchitara. Un leve pito irrumpe en el claroscuro de su estudio, es la alarma de incendio que le recuerda la cafeína que dejo abandonada en la cocina.
Al escuchar este sonido recuerda que la muerte no llegará temprano, él deberá pagar en vida lo que hizo y ese sonido que rasga sus oídos, será lo último que escuche en la cama de un hospital. Abandonado, solo y con manchones negros de conciencia, escuchará como el monitor de vida se ira extinguiendo lentamente. Un zorro viejo de la política tiene dos maneras de ser recordado: en gloria o en derrota, él desearía que fuera lo primero, pero sabe que ese premio hace tiempo que se escapó de sus manos. ¿Qué salió mal? ¿Era muy joven? o quizás ¿muy vanidoso?, no lo sabe y honestamente no desea averiguarlo, pero lo que sí puede asegurar es que no escuchó consejos. Fue egoísta y se rodeó de gente que lo único que querían eran engordar sus carteras, personas que ahora estarán muertas o algunas viviendo a las riveras del lago Como en Italia; asegurándose campos santos de oro a costa de las ganacias que les dejo su manejo del oro negro. Está cansado, las yemas de sus dedos asoman nacientes ampollas, y la neblina de café que cubre la casa lo despierta al fin de su largo trance. Saca la hoja del riel, la lee y sin prestar sentido a lo escrito, arruga el papel y lo bota a un cesto que está en una esquina del cuarto, inmóvil y desbordado de sus desahogos nocturnos. Apaga las dos luces y camina a la cocina, observa los vestigios de lo que era una bebida relajante y baja el fuego. Se arrastra de nuevo al sillón, prende la televisión y busca reconfortarse con un pensamiento: "Pensarán los mismo de mí en programas internacionales".
Jefferson Díaz.

1 comentario:

Pulgamamá dijo...

Está genial. Las descripciones me encantan. Creo que debrías mandarlo a la sección de opinion de El Nacional, El Universal o Tal Cual.
Abrazos