martes, marzo 23, 2010

Ávila


Caracas se convirtió en el país de Fahrenheit 451. Sólo que aquí no se queman libros (todavía) sino qué se quema el Ávila. Montag se mudó a la capital venezolana, y aunque los bomberos lancen agua en vez de fuego, poco a poco la montaña se consume. Dejando sobre la ciudad una capa blanca de tristeza y frustración. Y es que los caraqueños nacemos bajo la protección del Ávila, los venezolanos respetamos esa cordillera con una vehemencia incalculable. ¿Qué sería de Caracas sin el Ávila? ¿Qué rumbo tendría ésta ciudad sin Sabas Nieves, Los Venados y el Pico Naiguatá? No hay panorama posible, que describa los sentimientos que ése lugar ha tatuado en el gentilicio de todos los que viven a sus pies.

Como un remanso de tranquilidad y reencuentro, el Ávila siempre ha estado allí para los caraqueños. Quiere a sus hijos, protegiendo la fauna de una ciudad que poco a poco sucumbe ante kilómetros y kilómetros de asfalto. Acoge a los que la dañan, construyendo ranchos en sus linderos. Como una amante incondicional nos muestra su lado amable sin retrecheras, ni peticiones. Bajo un contrato tácito, el Ávila cuida los sueños de miles de personas desde hace cientos de años. ¿Nuestra retribución? Escasa, muy poca. Apegados al progreso de una generación que no ve más allá de sus narices, lo ecológico y ambiental son dos palabras que están pérdidas en el diccionario del siglo XXI. Anudado a esto, la sequía global hace de las suyas. Colaborando con manos inescrupulosas, que sienten placer lanzando fósforos a un verde que ha sido testigo de triunfos y de fracasos.

El Ávila de Cabré, el Ávila de Ilan Chester, el Ávila de Alexander von Humboldt, arde sin compasión ante nuestras miradas ilusas, mostrando lo que no supimos valorar. Sin efecto quedaron aquellas gotas risibles que bañaron tus hojas por algunos días de marzo. Ahora, tu único líquido, es el que se bombea de los estómagos de hierro en los camiones que se lanzan a tu socorro. Y de los poros, de los voluntarios y bomberos, que sin descanso, procuran calmar tu dolor. Los habitantes de la Sultana del Ávila, esperan pacientes que las imágenes dantescas que iluminan la noche, se apaguen con la misma rapidez con que fueron encendidas. Hasta el corazón más duro, la personalidad más despreciable, y el comportamiento más apático, deben reconocer que la destrucción de un pulmón vegetal, representa la confirmación de que el progreso ciudadano ha caído en saco roto.

Por siempre serás mi Ávila. Ése es tu nombre, ése es el llamado al que responden tus primogénitos. Porque el “Guaraira-Repano” quedará para los libros escolares y las preguntas de concurso. En mi corazón, tú serás siempre: Ávila. Has forjado torsos, piernas, brazos y músculos ilocalizables, por tus senderos se ven las marcas de un pueblo que quiere superarse. Es por eso que tu identidad no se pierde, por más que lo intenten mediante decretos y malcriadeces, tú siempre será el Ávila. Entre oraciones y postales al exterior, observaremos el hotel en la cima, la cruz en la navidad y los nacientes de ríos que van “de Petare rumbo a La Pastora”. Es eso lo que te hace ser mil veces el Ávila.

Y desde aquí, desde estas cuatro paredes, con el dolor de cabeza que deja oler tus restos en el aire. Como un cadáver olvidado y en proceso de convertirse en polvo. Levanto mis pensamientos, te mando mis ideas y golpeo las teclas de mi computadora. ¡Al diablo Corpoelec! ¡Púdrete Hidrocapital! Para llenar el Gurí, dispersar la Calima (o calina) y rescatar al Ávila se necesitan voluntades, no imposiciones. Pensar en verde no significa perder tu libertad. Significa: MANTENERLA PARA TI Y TUS DESCENDIENTES.
Jefferson Díaz.

domingo, marzo 14, 2010

A MI HERMANO


Ven vamos a tomarnos unas cervezas. Pon el saco sobre la silla y conversa con tu hermano. Recordemos esas mañanas que me despertabas con las canciones de Barney, el inagotable dinosaurio púrpura, o con la melodía de: “voy a mover el bote, hay que mover el bote” del lémur de Madagascar. Época en la que aprendí a ser tu hermano mayor, en la que me entrené como padre cambiando pañales y preparando teteros. ¡Gran carajo! eras especialista en orinarte cuando te quitaban el pañal. Después había que corretearte por toda la casa para tapar tus intimidades, huías de la censura. Poco a poco creciste, hasta ser más alto que yo. Por eso celebremos hoy con buen alcohol, entre hermanos, entre familia.

Después de 21 años de exclusividad sobre mis dominios, llegaste tú. Desde el primer ecosonograma, desde la noche anterior a tu llegada, cuando me desvelé preparando tu cuna. Fue un desvelo bonito sabes, el cansancio cayó en saco roto cuando con tu pequeña mano apretaste mi dedo dedicándome un: ¡Hola hermano! Deja de burlarte chamo, desde pequeño has sido jodedorcito, tremendo e irreverente. Tus ganas de sonreír y de levantarte rápido de las caídas, te han hecho un gran hombre. Continuemos entonces entre botella y botella, celebrando tu incorporación a la familia. Recuerdas cuando te escabullías a mi cuarto, tomabas una película de la colección y como gran crítico de cine la analizabas por horas. Y las llamadas interminables a la casa de jovencitas coreando tu nombre. Hermano, usted es todo lo que yo no soy.

Con autoridad y consenso te mostramos los primeros kilómetros de la vida. Soltando y recogiendo la cuerda, mamá te enseño que la libertad es un derecho que debe tomarse con responsabilidad para no caer en caminos equivocados. Mientras que a mí, los años me daban kilos de experiencia para compartir entre hermanos. Valoraste que nuestra familia viene gracias al esfuerzo de generaciones de mujeres arrechas. Que las cosas hay que valorarlas, más cuando se ganan con esfuerzo propio. Que la amistad es un regalo que se debe cosechar porque deja grandes beneficios; aunque hay que saber escoger las semillas. Tú lo has logrado. Sabes que debemos ser caballeros y elegantes, tratar cordialmente y con respeto a las mujeres. Tú y yo estamos tomando en este bar, gracias a las ganas y el esfuerzo de nuestra madre. Hermano, sigamos conversando, celebremos que usted trajo cantidades industriales de alegría al hogar.

¡Vamos Víctor! Sabes que a veces soy un poco romántico y cursi. Entiende al “poeta” de tu hermano. Admite que los libros que heredaste en mi antiguo cuarto, te sirvieron para conocer el mundo sin la necesidad de montarte en un avión. Aunque sin poder aguantar la risa, recuerdo como te ganaste la confianza, y el cariño, rolo de sinvergüenza, de la azafata que nos atendió cuando viajamos a New York. Como buenos hermanos escupimos desde lo alto del Empire State para ver si la saliva llegaba en forma de cubito de hielo al piso. Tú con 21 años y yo con 42. Ahora que me acuerdo, yo compré bastantes birras para ti y tus amigotes, así que esta cuenta queda a tu cargo. Aprovecha que después de tus sueños de ser piloto, policía, bombero, astronauta, matemático, escritor, físico, maestro, abogado y muchos etcéteras; ahora eres un gran profesional. Por eso nos sentimos muy orgullosos.

Cuántas experiencias hermano, no me importó, muchas veces, volver a la época de colegio, de bachillerato, de universidad y ayudarte. Cuentas conmigo para lo que sea. Así también le evitamos unas cuantas canas a mamá, ¿no te parece? Y yo que pensé que era tremendo, pero bueno son las dinámicas normales que se dan en la familia. Aunque admito que eras un consentido. Y yo uno de los primeros promotores de eso. Saliste bien hermano, saliste muy bien. Me enorgullece que seamos familia, porque además de ser mi sangre, eres un excelente hijo, tío y esposo. Esos son los primeros pasos de la felicidad chamo, por eso levantemos las cervezas, y brindemos por una vida próspera. Se le quiere hermano, se le quiere mucho.

Jefferson Díaz.