lunes, febrero 02, 2009

EPÍSTOLA
Sr. Presidente,
mi historia comienza en 1977, cuando llegué a Caracas después de un viaje de 4 días por carretera desde Quito. Mi madre ya llevaba dos años viviendo en Venezuela, ahorrando para mandar a buscarme una vez que las cosas se estabilizaran. Por aquella época, Venezuela se pintaba como una tierra de progreso, de trabajo bien remunerado y de una solidez democrática que era envidiada por muchas naciones. Cuando me bajé del autobús y observe a esta ciudad campante, prospera y pujante, sentí que una nube que abrumaba todos mis sentidos me envolvía de pies a cabeza, pero al mismo tiempo me ofrecia unas ganas locas de conocer este Caribe escondido entre la selva. Tenía nueve años.
Mi madre y yo nos establecimos en un pequeño cuarto ubicado en la parroquia El Cementerio. No era mucho y a pesar de tener nuestras necesidades, lograbamos vivir sin penurias agobiantes. Comencé a estudiar en el liceo Juan Pablo Segundo que estaba en El Valle. Siempre recordaré ese primer día. Nunca es fácil para un niño enfrentarse a nuevos retos, y es más difícil aún para un extranjero. Pero el panorama no fue tan horripilante, y es que las caras que me rodeaban, algunas para darme la bienvenida y otras para ignorarme, me demostraban que el mestizaje en su máxima expresión se presentaba en aquel salón de clases. Mi primer novio fue un chico muy lindo de ascendencia portuguesa, que pasó una semana brindandome helados y llevandome al cine para que le diera un beso. Mi primer trabajo fue en una tienda que vendía telas, ubicada en Parque Central. Su dueño, un Libanés que llevaba 11 años en el país, era de muy pocas palabras pero con un gran sentido de compañerismo, nos llevaba todos los viernes "kibbeh", un plato que preparaba su esposa y que le quedaban riquisimos. Una vez terminado mi bachillerato fue tiempo de ir a la Universidad, me decidí convertirme en Abogado porque pensaba que así podía retribuir algo al país que me había recibido y adoptado como suya.
Mi primer trabajo en un bufete, fue como secretaria. Un Canario bonachón y con unos aires que lo hacían parecer al Padre Tiempo, me ofreció la oportunidad. No era mucha la paga, pero me daba para pagar mi educación y colaborar en la casa. Mis compañeros de carrera lo hacían más fácil, nuestro grupo se conformaba por varios del oriente del país, uno de Margarita, dos andinos y hasta un chino muy simpático que termino convirtiéndose en uno de nuestros mejores amigos. Por esas épocas, próximas a mi graduación señor Presidente, lo conocí. Prendí el televisor y pude observar como unas grandes tanquetas tomaban algunas calles de la ciudad, y se nos informaba de un golpe de estado en proceso. Fueron momentos de verdadero pánico y angustia, no podíamos creer que volvieramos a pasar por esta situación, después del Caracazo la ciudad que tanto quería me había cambiado de cara. Usted era un hombre joven, vigorozo y conocedor de que que eramos una población que buscaba un cambio. Usted se ganó a una sociedad venezolana que por mucho tiempo no terminaba de asimilar su frase lapidaria: "por ahora".
Después de más de quince años de graduada y con dos hijos nacidos en esta tierra, puedo confirmar que este país esta pintado de varios colores. Lamentablemente esas tonalidades se han manchado de política, sangre, conspiraciones, imperialimos y los más preocupante de antisemitismo. ¿Dónde aprendió su discurso separatista señor Presidente?, fue quizás en ese frío calabozo donde acumuló sus resentimientos leyendo a Marx, Lenin y Bolívar. O de repente es que usted es una fachada, y su mensaje es netamente una condición ególatra que le ha quedado depués de diez años en el poder. ¿Quiere un nuevo Apartheid señor Presidente?, usted que es un gran lector, acaso no conoce las experiencias de Rwanda, Suráfrica, Sudán y la que todavía no nos deja dormir, Alemania. Naciones que vieron sus tradiciones, patriotismos y riquezas manchadas por la sangre que derramaron personas inocentes a causa de guerras basadas en la intolerancia. Señor Presidente, ¿qué hubiera pasado si por golpista, los venezolanos lo hubieramos rechazado?, lo hubieramos tildado de confrontador, egoísta y cobarde. De no querer medirse con palabras sino con balas, qué hubiera pasado señor Presidente, pues usted no estaría en donde está hoy en día. Entonces, ¿es tan difícil ofrecer oportunidades a los demás?.
Veo con horror los mensajes agresivos que se repiten en zonas de mi ciudad, que antes promovían la diversidad cultural. Observo con el corazón en la mano, como unas personas se reunen frente a su centro de culto para llorar la profanación de su fe. Me niego a creer que lo que antes era una bandera de libertades, ahora sea promovida por fanáticos que no saben en realidad lo que el mensaje de su religión representa. Me preocupo por el futuro de mi familia, y de admitir con profunda tristeza que no los expondré a una lucha por un país que ya no les pertenece. Señor Presidente su discurso, sus acciones, sus manías y sus arrebatos son señales de separación, y es horrible que piense en terminos de: "los que están conmigo y los que no". Señor Presidente, con mucho respeto le digo que usted no es venezolano, un verdadero venezolano no promueve la separación y mucho menos el racismo. Que lástima señor Presidente, que tenga que conformarse con el miedo, en vez de preocuparse por obtener el respeto.
Nosotros no seremos verdugos, el tiempo será su peor enemigo. Tan solo espero que todo lo malo, no se lo cobren en cuotas muy caras.
Sinceramente,
Esmeralda Delgado.
(Ahora, cuéntame, dentro de tu familia: ¿cuál es tu historia inmigrante? Sos descendiente de los indios Caribes, o como la mayoría de nosotros, disfrutas de las mieles de la tolerancia y el mestizaje. Jefferson Díaz)

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