jueves, agosto 05, 2010

Palabras


Son momentos que no se olvidan. Que se quedan con uno hasta el final. Recuerdo que tenía 12 años cuando leí mi primer libro. Cien años de Soledad de Gabriel García Márquez. Lo hice por una asignación de la escuela, y las palabras se impregnaron en mi mente. Y es que había descubierto el mayor beneficio de aprender a leer, me habían dado mi pasaporte para viajar por el mundo, sin la necesidad de comprar un boleto de avión. Eso dio paso a los autores, a las escenas, a la poesía y a las incontables horas de personas que se sentaron frente a un computador, y en algunos casos, frente a una máquina de escribir, para llenar de momentos las repisas de mi biblioteca.

Las palabras son tan importantes como el aire. Así como aprendemos en bachillerato que la química compone al mundo, debemos saber que las palabras componen nuestro conocimiento, desarrollo y futuro. Mucho sabrán que uno de los mayores logros del hombre ha sido la palabra escrita. En esa constante búsqueda de expresión, creamos el alfabeto, las oraciones y las narraciones. Y cuando empezamos a mirar las estrellas, el primer mensaje al universo, fue una placa grabada con expresiones de cómo es nuestro mundo, y los seres que lo habitan. Con las palabras se construye y se evoluciona.

No es cuestión de convertirnos en Cervantes, es entender que nuestro lenguaje puede ser la mejor herramienta para lograr nuestras metas. Seas comerciante, o el próximo ganador del premio Príncipe de Asturias. Las palabras son la gasolina y la luz del camino que se recorre todos los días. Son esos destellos que nos hacen despertar por las noches y los dolores de cabeza que a veces no nos dejan. Por mi parte, desde que concluí la vida de los Buendía recurro a páginas en blanco, a los lápices y a las ideas. Para llenar los intentos de convencerme que hay talento. Son cuadernos y libretas que ocupan un sitial de honor dentro de las cajas que sostienen mi cama; ideas recicladas que pasaron y nunca se fueron. Son los mecanismos de distracción, los elementos de persuasión y las razones para enamorar.

Qué buen desahogo representan las palabras. Una envidia agradable hacia los maestros en la materia. Y una gran admiración por los que toman la filología como estilo de vida. Enterarte qué nosocomio, es la palabra griega para hospital; qué hecatombe significa sacrificar mil bueyes; y reafirmar qué el español es el idioma más amplio que existe. Todo un lujo poder hablarlo y estudiarlo. Es por eso que agradezco vivir de lo que escribo. Quizá no por desarrollo artístico sino por pautas establecidas a diario. Quizá no por relatar los viajes de mis neuronas sino una realidad que se siente en las calles. Pero es una meta cumplida vivir de lo que amas. Siento que nací para ser reportero, pero desde el útero siento que soy escritor. Cuando encuentras un espacio cómodo que te protege de las malas energías (sí, seamos holísticos por un momento) así me siento yo frente a una hoja en blanco. Sea bueno, sea mediocre, sea exitoso el resultado. Aceptar que estás haciendo lo que debes hacer, es todo un compromiso. ¿Por qué? Porque ahora debes ser el mejor en lo que haces. Qué las palabras han trazado un camino que debes recorrer sin poner peros.

A ti lector, para ti son estas palabras. Esta defensa de qué lo escrito, nunca morirá. A pesar de las notas de voz y de las lindas videoconferencias. Para que recuerdes lo sabroso que se siente escribir una carta con lápiz de grafito. Para que te imagines la cara de tu amor, cuado le dejas notitas expresando lo mucho que amas. Para que sepas que todavía se aprende a escribir y a leer con la magia de la palabra escrita. Son procesos que nunca nos dejarán de asombrar y que representan el mundo que nos rodea. Son mis palabras, las que lees ahora, que te llevan a apagar tu computadora, cambiar de página o a seguir escribiendo. ¡Vamos lánzate al abismo conmigo!

Jefferson Díaz

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