martes, octubre 13, 2009

ESCOLAR


A finales de agosto, uno de los editores de esta revista me asignó la tarea de escribir una crónica acerca de mi paso por el colegio. Con el próximo inicio del año escolar, decidieron hacer el tema: “El regreso a clases”, como se hace todos los años. Me dio una semana para escribirla, de lo contrario la revista se imprimiría y mis palabras quedarían en el vacío; es por eso que armado de mucho café y refrescando mis recuerdos, una mañana (la previa a la fecha de entrega, como buen venezolano todo para el final) empecé a darle a las teclas del computador para terminar el trabajo. Puedo decir que mi idea principal es que pase 14 años en el mismo colegio, como muchos de mis compañeros de promoción, nunca nos mudamos de esa institución que ya tiene más de 60 años formando bachilleres en la avenida Fuerzas Armadas.

Es muy poco lo que puedo salvar de mis años en preescolar y primaria, principalmente porque en esa época uno es muy automático y menos analítico. A parte de unos cuantos incidentes menores con la disciplina inicial del colegio y el descubrimiento de la amistad, esta temporada no deja ningún material para adobar este relato. Es cuando se pisa bachillerato que empieza lo bueno. Para mí representaba un pasillo angosto, corto y con una lámpara, cuya luz me molestaba enormemente por las mañanas. Como ganado íbamos en marcha hacía los salones para recibir una información, que personalmente, yo no he usado. Pero para no caer en conceptos académicos, puedo decir que el impulso a leer y a ir más allá de lo establecido fue una de las mejores enseñanzas que me dejó la educación inicial.

¿De qué hablar entonces? Pues, hablemos de lo interpersonal, de los apodos, de los romances, de las travesuras, de las fiestas, del alcohol y de la preparación. Esos 5 años que pasan entre el azul y el beige, colocan las primeras vías para el tren de nuestra vida adulta. Lo primero que recuerdo del bachillerato es la originalidad de nuestros nombres escolares o “apodos”, y es que a una edad cuando lo imposible parece posible, nuestro coordinador se llamaba “Luigi”, con sus bigotes, la mirada de caricatura y la calva incipiente no lo separaba mucho del hermano de un famoso plomero que revolucionó el mundo de los videojuegos en los 80. Uno del personal de mantenimiento iba por las instalaciones de nuestra escuela dándose a conocer como “System”, salido directamente de una banda de rock, este personaje recibió una conmemoración eterna en una de las láminas del aire acondicionado que funcionaba en nuestro salón. Pasábamos por las variedades de “Catira” “Perra parida” “Vacation” “Lobo” “Cabernet” “Cachetes” “Negro”, uno clásico que no puede faltar; y terminábamos con un diccionario de nombres que por poco sustituyo la lista de asistencia oficial de la sección “B”.

Vamos dándole personalidad a la historia, porque ahora complementamos con lo que nunca puede faltar: las guerras de taquitos. Ese proyectil, cien por ciento casero, que en las manos adecuadas, podía convertirse en la peor pesadilla de un estudiante desprevenido. ¡Claro! en mi época elevamos esta actividad a un verdadero juego de guerra. Creo que ni los estudiantes de la Universidad Nacional Experimental de las Fuerzas Armadas (Unefa) estudian las tácticas de ataque, tan profesionalmente como nosotros; atrincherados detrás de unos pupitres inertes en el suelo, preparábamos el arsenal. Rollos de papel higiénico, agua y potes de jugos de medio litro, servían de municiones para atacar a todo lo que se moviese. ¡Carajo! que tiempos tan buenos. También teníamos las fiestas de fin de curso, que después del rutinario y fastidioso acto central que organizaba la administración de la escuela, se pasaba a los salones para reventar trapos. Con equipos de sonido precarios, comida, refresco y la sensación de un buen trabajo realizado, lo único que quedaba en pie de nuestra aula, eran las ganas de seguir celebrando.

Obviamente no terminamos en centros de detención juveniles, ni el Cicpc nos está buscando (hasta donde yo sé) lo que se dice arriba son la irreverencias de una juventud que hace tiempo quedó en el pasado. Todos tenemos nuestra cuota de rebeldía, y la mía se encendió durante esos años. Otro de los puntos que recuerdo son esas ganas de salir adelante, sin importar lo que pudiera pasar. Con ciertos traspiés en el camino, puedo asegurar en un gran porcentaje que había una unidad estudiantil entre nosotros. Desarrollar la confianza entre los 12 y 17 años no es fácil, pero esa bruma de apoyo gremial siempre estuvo encima de nuestras cabezas. Hoy en día puedo asegurar que no era el más popular en la clase, pero si algo pasaba en nuestro pequeño mundo que afectase el camino a la meta final, la razón surgía de los sitios más remotos. No todo era color de rosa, pero son estas experiencias las que forman las bases para salir a enfrentar un mundo que no deja espacios para los errores.

Siempre recordaré esa época, el colegio es nuestra independencia repartida en pedacitos. Vamos armando el rompecabezas de una personalidad que guiará nuestros pasos. Me siento orgulloso de la generación a la que pertenezco, deseo mi mismo éxito, y más, a los que compartieron esos años conmigo. Nunca me ha gustado ser un hombre de remembranzas, de recuerdos pasados y de cursilerías; pienso que lo aprendido basta para seguir adelante con nuestro destino. Entonces, más allá de las responsabilidades laborales que me asigna esta publicación, debo dejar este homenaje a aquellos que ahora no los veo todo un mediodía. Que sepan, que aunque estén en otros países, que aunque nunca fuimos los mejores amigos, que si nunca cruzamos palabra y el único registro de nuestra mutualidad es un documento que deja por sentado que nos graduamos juntos; sepan ustedes que esa época fue de las mejores y que se tatuó en mi cerebro.

Ahora tenemos al Facebook, al Twitter y al agridulce Blackberry para comunicarnos. Recuerdo a los inteligentes, a los peleones, a las niñas con su belleza naciente y a los panas con sus sueños de titanio. Son esos recuerdos los que me han dejado una memoria llena de momentos gratos, y que complementan mi vida fuera de Unidad Educativa Fray Luis de León. ¡Salud!.

Jefferson Diaz.
www.jefferson-mimundo.blogspot.com

1 comentario:

Valessa Gómez-Martínez dijo...

Primo excelente!!! Por alguna razón me sentí identificada.
Me animaste a escribir sobre mis años en el Colegio, mejor dicho los Colegios.
XOXO