viernes, febrero 26, 2010

CREENCIA



El metro de Caracas constituye un hervidero de historias. Un lugar dónde los escritores tienen material para escribir mil libros durante mil vidas. Eso es el metro. Un sistema que nos envuelve desde el momento que entramos a la estación, hasta que cruzamos los torniquetes en nuestro destino. En cada viaje nos deja una esencia, que muchas veces puede ser otro olor humano, impregnada en la ropa. Así de básico y rudimentario es el metro. Orgullo de una ciudad y de un país que no reconozco. Tal vez suene melodramático, pero no hay mayor realidad venezolana cómo la que se ve todos los días en el metro. Tenemos nuestra delincuencia, nuestra indigencia, nuestra política, nuestra viveza, nuestros gentilicios y nuestros sueños, encerrados en vagones de ocho salidas. El metro es mucho más que un transporte, es una representación de nuestra sociedad.

Ya no queda nada de la premisa “Ciudadano Metro”. La elegancia con la que llegaban los trenes de color plomo, atravesados por líneas multicolores, cayó en saco roto. Ahora es sustituida por kilos y kilos de propaganda. A esto se le une el ajetreo de hacer un mini maratón por las escaleras de cemento, muchas mecánicas hace rato que dejaron de existir. Nos mandan saludos desde el cielo de las escaleras mecánicas. Además tenemos la lucha cuerpo a cuerpo, dónde sería buena la ayuda de El Santo, para poder entrar a esa caja sudorosa y maloliente que corre por encima de los rieles. Compartir las transpiraciones de una población que quiere llegar al mismo tiempo a un lugar, no es algo que se soporte voluntariamente, pero ¿preferimos lanzarnos al asfalto dónde el tiempo parece detenerse? Ustedes elijan. Es así que sentimos el palpitar de una corriente que hace andar a la nación.

Pienso que la mayoría de los venezolanos vivimos en una tierra alquilada. Todavía estamos esperando a que nos llegue el dueño del apartamento para que nos arregle la tubería dañada o el bombillo que se quemó hace 15 días. No hay sentido de pertenencia en las calles y dentro de nuestros hogares. Nos conformamos con una simple burla o comentario mordaz dirigido hacia la incompetencia de los que nos dirigen. El casero. Queremos ser una buena junta de condominio, pero hay demasiadas viejitas chismosas, demasiados caciques, muchas manos en el guiso y falta de una vigilancia efectiva que nos diga quién es recomendable que entre al edificio y quién no. Traspasamos nuestras frustraciones a todas las actividades que realizamos a diario, entre ellas, montarse en el metro. ¿Qué importa la señora embarazada? ¿Qué importa la tercera edad? ¡Maldición! ¿Qué importa poner tu música a todo volumen a las 8 am en el vagón? ¡Total! Éste país no es mío y no voy a ser yo quien lo arregle. Eso es lo único que nos une, esa es la verdadera unidad, nuestra disposición de mandarlo todo a la mierda cuándo mejor nos apetezca.

¿Soy un imbécil y un pesimista? Quizás. Pero éste pesimista prefiere irse parado, antes de ver a una mujer pariendo, literalmente, con una barriga de ocho meses. O es que acaso, cuándo mi madre estaba embarazada, yo deje que se quedará parada. No, eso sí me hubiera convertido en un verdadero imbécil. No soy un santo, pero tampoco me caigo a whiskys con el diablo. Son los pequeños detalles, esas pequeñas victorias morales las que impulsan a una generación de relevo que valga la pena. No puede ser posible que nuestros momentos de solidaridad tengan que venir amarrados de algún desastre natural o estallido social. Cuando las aguas y piedras ruedan sobre nuestras cabezas, o las balas nos pasan saludando, reconocemos a nuestros semejantes. ¿Es tan difícil hacerlo cuando estamos en “buenos términos”? Me aterra pensar que en la posición que estamos nos hemos deshumanizado tanto, que ya sólo nos importa sobrevivir y dejar que éste barco se hunda. Incluyendo las ratas.
No hay que creer en falsos patriotismos. El hecho de que nos digan en la escuela, y en el metro, que Bolívar era de pinga y que Alí Primera fue un gran revolucionario, no nos hace grandes venezolanos. Tampoco nuestro pasaporte o cédula. Lo que nos hará grandes venezolanos, es cuándo reconozcamos que el país se nos fue al carajo y que debemos empezar a reconstruirlo. El día que nos levantemos en la mañana y botemos la basura en su lugar, respetemos las señales de tránsito, no miremos por encima del hombro a nuestros compatriotas (¡Huy! Que miedo da esa última palabra. ¡Vamos! Maduremos un poco, tú eres mi compatriota porque nacimos en el mismo país) Que tengamos la voluntad de luchar por lo justo, y aprendamos que la violencia no es el mejor camino. Cuando comprendamos que hay que estar rodilla en tierra, no con un partido, sino con la patria que te dio tu primera identidad. Entonces en ese momento, seremos venezolanos.

Yo sigo sin reconocer el país que me vio nacer y a la ciudad que me brindó su brillo cuando salí en brazos de mi madre por las puertas de la Maternidad Concepción Palacios. No creo en marchas, no creo en bombas lacrimógenas, no creo en falsos militares, ni en falsos liderazgos. Quiero creer en las ganas que tienen cada uno de ustedes para salir adelante, para echarle pichón a una tierra que todavía tiene mucho que ofrecer. Esa es mi creencia. Y eso es lo que debería escucharse entre las paredes del metro.

Jefferson Díaz.

lunes, febrero 22, 2010

INICIO DE SEMANA

La noche del domingo y los días lunes siempre me han parecido momentos de tristeza. Ocasión en la que nos damos cuenta que nuestra vida ha caído en el establecimiento de lo predeterminado, qué ya no somos dueños de nuestro destino sino que lo legamos a la actividad que nos da de comer. ¿Qué haré esta semana? ¿Tendré chance de realizar tal diligencia? ¡Espero que el tráfico no me quite muchas horas! ¿Qué voy hacer el próximo fin de semana? Preguntas que ponen a trabajar nuestro cerebro a velocidades de “computadora”, mientras abrimos ventana por ventana para acomodar nuestra agenda. No tengo nada en contra de las responsabilidades, una persona que asume sus obligaciones tiene más oportunidades de lograr el éxito, que otros que van por la vida con los brazos abiertos esperando que los reciban con alfombra roja. Sin embargo, el final de una semana y el comienzo de otra, es el momento perfecto para hacer una retrospectiva de nuestro logros, y si no estamos dispuesto a enfrentarnos con esa realidad, quedaremos sorprendidos con lo que descubrimos.

Una de las ventajas de no tener estacionamiento en mi edificio y tener que guardar el carro antes de las 10:30 pm en otro lugar, es que me da horas de camino. ¿Horas de camino? Sí, un momento en el que me pierdo entre los cambios de primera a segunda, y de segunda a tercera, mientras observo los alrededores de una ciudad que poco a poco he dejado de reconocer. Organizo mis ideas y trato de que las noches del domingo, no se conviertan en una constante melancolía de las cosas que he dejado de hacer por pura cobardía. O quizás por falta de impulso. Manejar por la noche, me da el chance de poner las cosas en perspectiva. Hay algo en el asfalto y en las luces de los carros que me despeja las neuronas. Todos tenemos nuestros métodos, ¿no creen? Mi cerebro se parte en cuatro, y mientras coordina el pie con el embrague y el acelerador; contabiliza el trabajo de la semana para el periódico; hace una lista de los pendientes en la casa y me recuerda que falta mucho para llegar a mis metas. Me repongo ante un lunes que se pinta como lúgubre y de pocas pulgas. Creo que me parezco a Garfield, quien destruye el despertador y rasguña a todos cuando se levanta los lunes. Espero que no, fuera ridículo.

El punto es que empezar no es fácil. Más aún si lo haces a ciegas. Porque cada fin de semana te deja planes a futuro, pero pocas certezas. A mi parecer. O quizás no estamos acostumbrados a que nos reinicien el CPU, porque 48 horas de no estar sumergidos en el ritmo trepidante que deja la rutina laboral y familiar, logra muchas cosas en nosotros. Nos damos cuenta que nuestro entorno puede ser más cultural, más hogareño, adecuado al desarrollo integral que todo ser humano debería tener. Pero, ¿sería bueno vivir en un constante fin de semana? Supongo que no, la sociedad se iría por el caño. Sin embargo me parece agradable que no tuviéramos que vivir precargados ante un sistema que poco nos consume. Despertarnos una mañana, sin importar que día sea, y vencer nuestras pasiones. Deshacernos de nuestros vicios, y ver las cosas desde una nueva óptica. ¡Hoy salgo con el pelo pintado de verde! No me importa que sea gerente general de la Coca Cola. ¿Por qué? Porque la vida debería ser mucho más que tener que sobrevivir. Desligarnos del peso que nos sigue empujando al fondo del océano, y que nos hace perdernos el ritmo de las olas.

“Pero si, en vuestro miedo, buscáreis solamente la paz y el placer del amor, entonces, es mejor que cubráis vuestra desnudez y os alejéis de sus umbrales.Hacia un mundo sin primaveras donde reiréis, pero no con toda vuestra risa, y lloraréis, pero no con todas vuestras lágrimas”.

Lo anterior es un fragmento del libro “El Profeta” de Khalil Gibrán, recientemente me reencontré con este autor gracias a una amiga, que como pequeñas luciérnagas en el cielo, nos brindan la luz en los momentos necesarios. Al leer la frase, no dejo de preguntarme ¿hasta cuándo vamos a vivir encerrados en nuestros miedos? Esas barreras que no permiten nuestra evolución y son partidarias que, de la noche a la mañana, todo se nos vaya al carajo. Qué nos conformemos con las sobras de un conocimiento que se nos escapó de las manos. Como seres vacíos no buscamos llenar los hoyos con logros palpables.

De repente estoy hablando pistoladas, porque no es mi deseo que nos enfrentemos al cañón de un arma. Créanme, de llegar a pasar eso, yo estaría bastante asustado, para no decir otro término que raye en lo escatológico. Por eso odió la noche de los domingos y los días lunes. Te ponen las cosas sin tapujos, demasiado para mí gusto. Aunque comprendo que es necesario tener los pies en la tierra y vivir de una manera que nos permita salir adelante sin sentir que todos los días nos vamos marchitando. Que el otoño se instaló de manera permanente a nuestro lado y que las mieles del verano duran poco. Es por eso que les deseo un feliz inicio de semana a todos, y sepan que lo predestinado no debe ser la brújula del progreso.

Jefferson.

miércoles, febrero 17, 2010

Tres días en New York

En esta época, y por motivos sentimentales, me acuerdo de la “Gran Manzana”. Nuestro encuentro fue breve pero con peso. Fue durante el 2006 que pude pasar tres días en esa ciudad, una metrópolis que muy bien se ha ganado el título de: capital del Mundo. Sin embargo, y como buen venezolano, uno tiende a ejemplificar sus viajes como si hubiera ido a Upata o a Tucupita, porque las experiencias que me quedaron de aquel viaje nunca se me olvidarán. Con buena compañía, y a punta de gasolina a pedal me lancé a la “aventura”.

Primer paso, llegar hasta allá. Para eso tomé un autobús desde Boston hasta NYC, el boleto fue relativamente económico, 35 dólares por un viaje de dos horas. Es como ir de Caracas a Valencia, con marcadas diferencias claro está. Confieso que sentí una sensación, muy turista para mi gusto pero hay que admitir que era un “turista”, al montarme en un autobús de Greyhound. Siempre vemos en las películas como dicho transporte nos muestra una versión country y rural de un país lleno de variopintos paisajes. Pues para serles sinceros lo único que yo vi durante el recorrido fueron dos praderas e industrias por montón. Podríamos decir que el primer paso no tuvo nada del otro mundo. La llegada fue otra cosa.

Puedo pecar de ignorante funcional, pero nunca me imaginé que mí llegada a la ciudad estaría marcado por una de las zonas más emblemáticas de NYC: Harlem. Son muchas cosas que se dicen de esta comunidad, siempre me acuerdo de la película Duro de Matar III, donde John Mclane se las ve “negras” cuando decide jugar al racista en este barrio. Podrán imaginar entonces, que cuando noté que llegue al Terminal de Harlem, me armé de mis mejores tácticas de prevención, como si estuviera llegando al Terminal de La Bandera o algo por el estilo. Pues, nada que ver, uno peca a veces de prejuicioso e inculto. Miembros de atención al cliente me ayudaron a tomar un taxi hasta mi destino. Quizás no pude ver el “ghetto” en su máximo esplendor, pero estoy seguro que está allí.

Llevaba tres maletas, pero me sentía como viejita saliendo de una liquidación de Graffiti, cargado de bolsas. Debe ser que en el instante que pisas New York, la energía de la ciudad te consume por completo. Éste lugar no está hecho para todos. Cabe destacar que los taxistas no te ayudan a cargar el equipaje en la maleta del carro, tan sólo se paran a un lado de la acera y te oprimen el botoncito del compartimiento trasero para que metas tus vainas. Y después te piden propina, ¡no me jodas! Antes del periplo, con tres amigos, habíamos cuadrado el hospedaje. Mis compañeros de viaje llegaron antes a la ciudad, porque se fueron en avión. Por lo que esperarían mi llegada al hotel, para hacer el check in. Me encontraba entonces sumergido en el tráfico newyorkino. ¡Welcome to the Big Apple!

¡Aquí no tenemos ninguna reservación bajo ese nombre, la agencia de reserva cambio su hotel! Me decía una negrita muy amable en la recepción, mientras yo, con la cara sudada, como si hubiera escapado de seis malandros en Capitolio, llegaba a registrarme. Cabe destacar que no di propina al taxista, y le pedí recibo, para arrecharlo más.

Así me enteré que las agencias de reservación de las grandes hoteleras pueden cambiar la locación de tu hotel, sin previo aviso, cuando hay una sobre venta de las habitaciones de tu destino original. ¡Maldición! Ya me tocó quedarme en Central Park en un banquito, muy al estilo de la canción de Ricardo Arjona “Un Caribe en Nueva York”, que pintoresco. Pero la recepcionista me anotó la dirección del nuevo hotel, llamó para avisar que iba en camino y me llamó un taxi. Qué bien se siente cuando al visitante lo tratan con gentileza. Vuelvo entonces a montarte en otro taxi.

Puedo resumir que al final llegue al nuevo hotel. Donde un joven nos registró sin inconvenientes, a pesar de las mentadas de madre que hicimos a Cadivi por las tarjetas de crédito que no querían pasar. ¡Ajá! Ciudad que nunca duerme, voy por ti. Me quedé a unas cuatro cuadras del Times Square, por lo que fue visita obligada. No faltó el Empire State Building, el Museo Metropolitano de Arte, la caminata por la Quinta Avenida donde en las tiendas Gucci y Armani te tratan como a un Rey. Con cafecito o té para su gusto. ¡San Ignacio, Sambil, aprendan coño! Poco a poco esta ciudad te va consumiendo, la energía de sus estructuras, la velocidad de su vida, te obliga a que te acostumbres o salgas corriendo. Me comí unos perros calientes en Grey’s Papaya, un shawarma picante que me preparó un paquistaní que se coloca todos los días diagonal a la tienda de Disney. Cando el pana (sí nosotros los venezolanos le decimos pana a todo el mundo) me dijo que en total eran 16 dólares, incluido un refresco en lata, me miró con cara de regateo. No chamo, tranquilo, yo te pago tu vaina. No me voy a poner pichirre pues. Además que el alimento estuvo muy bueno.

Quedaron muchas cosas por conocer, un viernes, sábado y domingo, no son suficientes para conocer New York. Además que una amiga se enfermó y me tocó velar por ella (Beatriz sabes que te aprecio jejeje) ¡Ahhh! Traté de “rumbear” para conocer la movida nocturna de la ciudad, pero me rebotaron por no tener 21 años. Termine en una cafetería tomando Coca Cola y comiendo hamburguesa a las 2 de la mañana. De vuelta al aeropuerto me trataron como si llevará una bomba entre los dedos del pie, entiendo que la seguridad por estos lares es suprema, y más si tienes cara de árabe como dicen por allí que cargo yo. Nuevamente, el taxista que me llevó al JFK, me pidió propina. ¡No pana, no, ayúdame con las maletas! Mientras esperaba el vuelo a Minneapolis, me prometí que volvería y esta vez el combate duraría más. Por cierto, sólo me tomé una foto. ¡Fuck!

Jefferson

jueves, febrero 04, 2010

ON LINE


Imagen derechos reservados de twitter.com
No tengo memoria de cuándo comencé a usar la Internet. Creó que fue durante primaria para sacar la pata del barro ante un trabajo que tenía que entregar de un día para otro. O quizás descubriendo a través de páginas “espirituosas” las bondades del cuerpo humano, como cualquier adolescente cachondo. El punto es que muchos de nosotros nunca imaginamos el poder que esta herramienta tendría (tiene) dentro del desenvolvimiento político y social de nuestro país. Todos sabemos que el gobierno venezolano es un estatista castrador de libertades. Primero fueron las tierras “ociosas”, luego las empresas “opresoras” para luego seguir hacia los medios de comunicación “neoliberales”. El control de todo, significa la continuidad en un poder maltrecho. Sin embargo no contaban con la aparición de un pajarito que surfea la red recopilando información libre y sin tapujos, cruzando fronteras sin tener pasaporte y cantando a los cuatro vientos las vicisitudes que enfrentan los pueblos oprimidos.

“Te metiste conmigo, pa…pa…, pajarito”

Twitter, a grandes rasgos, es un sitio para hacer microblogging. Los usuarios se registran, y crean una cuenta que te otorga 140 caracteres para decir lo que quieras. En otras palabras, un espacio donde la libertad de expresión es la tarjeta de presentación, y la moderación se establece de acuerdo a las ideas de sus usuarios. ¿Nada mal verdad? Sin embargo esta herramienta ha adquirido una importancia significante en la lucha por las libertades civiles, uno de los casos más recientes y emblemáticos fueron las elecciones en Irán, donde millones de personas fueron llamadas a las calles para protestar por supuesto fraude electoral en las elecciones presidenciales. Mahmud Ahmadineyad, el mismo que dijo que el holocausto es una mentira, fue “reelecto” sobre el candidato opositor Mir-Hossein Mousavi. Protestas, represión policial, heridos y muertos, fueron silenciados por los medios de comunicación iraníes. Sin embargo, les comenté que Twitter tiene la maravillosa aplicación de subir fotos y videos, pues sí, así salió a la luz pública como las fuerzas de represión iraní coartaban los derechos fundamentales del ser humano. ¿Les parece conocido ese panorama?

Con una ley que controla lo que se dice y no se dice dentro de los medios de comunicación venezolanos. Muchos de nosotros nos hemos volcado a la web para demostrar nuestro descontento ante 11 años de políticas públicas que no han evidenciado un progreso en Venezuela. Facebook, Blogger, Tumblr, Twitter, entre otros son los canales de comunicación locales y mundiales, que garantizan que la información no se quede fría en las salas de redacción. El periodismo ciudadano ha dejado de ser una minoría en el eje informativo del país, para convertirse en un monstruo que asusta a Miraflores. Por ahí dicen que si “cierran una puerta se abre una ventana”, pues dicha frase no podría ser más cierta en esta tierra. Con la referencia iraní, aprovechamos los favores recibidos por el pajarito azul (símbolo de Twitter) y se han coordinado protestas y acciones para contrarrestar la hegemonía del Ejecutivo Nacional.

Dentro de Twitter existe una especie de conteo, donde todos los días se anuncia cuáles son los tópicos más hablados por hora, mes y año. Se llaman “hashtag” o “tag” que por lo general es una frase presidida por el símbolo: #. Venezuela tiene el suyo y cada uno de ustedes debe conocerlo: #FreeVenezuela. Esta semana durante una protesta en la web (más pacífica imposible), convocada por el Colegio Nacional de Periodistas, miles de venezolanos llenamos la boca del pajarito con el nombre de nuestro país, llegando a estar de quintos en los tópicos más discutidos. ¿Útil? ¿Inútil? Depende del ojo con que se mire, el punto es, que los espacios están dados para que no nos quedemos callados. Salir a la calle a través de la convergencia en la red, es una fórmula inteligente y desconcertante para los que viven enfrascados con ideas del siglo pasado. ¿Por qué creen que ordenaron a “recuperar esos espacios a toda costa”?

El esbirro de la Internet

En Cuba estar en línea (y no me refiero a la corporal) no es para todos. El servicio se reduce a los centros turísticos donde tan sólo los turistas tienen acceso. Es por eso, y como un reconocimiento humilde de mi parte, reconozco la labor de la bloggera cubana Yoani Sánchez, y es que desde su espacio
www.desdecuba.com/generaciony/ abre los ojos hacia una realidad que muchos desconocen o no quieren ver. Las autoridades de esta isla instauraron un control férreo sobre la Web, con apoyo del gobierno Chino, principal promotor de este tipo de acciones en el mundo. Hablar mal o desconocer los logros de la “revolución cubana” son antipatrióticos y se pagan con cárcel, seas cubano o no; es por eso que hay que reprimir en todos los medios posibles. ¿Cómo se va estar hablando mal de un país tan “libre” y “soberano”? ¡La Internet es otra arma más del imperio para atacarnos! Patadas de ahogado ante una humanidad que se une más y más, todos los días, a través de una simple fibra óptica o señal de satélite. Pero satélites de los buenos, porque todavía estoy esperando mi banda ancha en el Amazonas, como ALGUIEN, me lo prometió.

Es aquí donde entra en juego el comandante Ramiro Valdés, personaje bastante oscuro de la política cubana. Obviamente participó en la revolución cubana y ha ejercido cargos públicos en la isla. Pero ya las alarmas nacionales e internacionales se prendieron desde el momento en que su nombre apareció ligado al de Venezuela. Conocido dentro de los círculos de exiliados cubanos y personas que estuvieron presas en La Habana, como un ser sanguinario, cuyo objetivo es la inteligencia (tácticas aplicada por el estado para controlar el territorio y a sus ciudadanos) Ungido por el Gobierno Venezolano, como el Moisés que nos salvará de los racionamientos eléctricos, es un secreto a voces que lo menos que sabe este hombre es de cambiar bombillos y subir cuchillas. Cabe destacar, y estos es un pequeño detallito, que Valdés promovió dentro de Cuba el control de la Internet. ¿Coincidencia? Nada de lo que le está pasando a Venezuela es coincidencia.

Es muy pronto para hablar sobre los futuros inmediatos, ¿irónico no? Pero lo que sí se debe tener en cuenta, es que ya basta de levantarnos cada mañana, y observar que perdimos algo. Primero fue un canal, después 34 emisoras de radio y ahora ¿tu computadora? Quizás ya se esté construyendo la jaula para el pajarito azul, y si se llegase a cortarle las alas, bueno, ustedes imagínense el resto.

Jefferson Díaz

lunes, febrero 01, 2010

CALEIDOSCOPIO CRIOLLO


Vamos a tratar de meter a Venezuela en una cuartilla. Cada uno de nosotros debería escribir sobre éste país, como si se escribiera una carta de amor. Dulces, amargos, agridulces o salados, serán los sentimientos que queden reflejados en nuestra declaración. Y es que escribir sobre la tierra de Bolívar no es fácil, y menos para un nativo. Conocemos sus virtudes, necesidades y defectos, y en parte, esas son las razones por las que para un venezolano no resulta sencillo amar el lugar donde nació. Quizás sea una opinión muy personal, pero el día en que yo vea un patriotismo libre de las manchas del fanatismo y de teorías políticas retrogradas, creeré que cada uno de los 28 millones de habitantes que tiene este país, se levanta todas las mañanas pensando en sacar adelante a nuestra nación.

¡Qué bueno sabe el café de Starbucks y las hamburguesas de queso en la Cheese Cake Factory! Estados Unidos es el país de los sueños enormes. Hermosos son los paramos de Irlanda y, el misticismo de las arenas de Egipto, nos introducen a las historias de Sherezade. Los chinos con su gran muralla o los australianos con sus canguros. También los argentinos con la pampa, y aquí abajito, los brasileros con sus bellas garotas. Iconos culturales que nos maravillan, cuando aprendemos que desde Maiquetía se abren las puertas del mundo. Claro, eso si logramos sortear las vicisitudes que nos coloca Cadivi, el Saime y la inflación criolla. Como dije, es difícil querer a Venezuela. Aunque las arepas de queso e’ mano, la pelúa, la Reina Pepiada y la de Dominó en el mercado de Quinta Crespo sepan a gloria. Que el “negrito” que me tomo en la lunchería de Don Alberto todas las mañanas, no le envidie nada al frapuccino. O que el Salto Ángel, los tepuyes, los medanos, la Isla, los Roques, la Gran Sabana, Canaima y otras glorias naturales con el sello “Made in Venezuela” sean nuestro gran orgullo. Qué difícil es querer a Venezuela.

¿Por qué? Será la inseguridad, la falta de bienestar social, que no terminamos de salir de nuestra ignorancia o el hecho de que somos unos picaros que nos gusta la papita pelada. De ser así, entonces no odiamos esta tierra, lo que nos produce dolor de tripa son sus habitantes. Una parte de la sociedad venezolana que hace de ancla en un barco que alzó todas sus velas y quiere salir de puerto, hacia la evolución. Venezuela no es mala, sólo que está mal arreglada. No sé donde escuche una vez, que nuestro país si fuese humano, estaría en sus 30. Sería una mujer trigueña, voluptuosa y chicharachera. Con una gran labia, apoyada en una fortuna que se sacó recientemente de la lotería petrolera. Es complicado luchar contra los jeques, caballeros y hombres de negocios que inunda el mapa global, teniendo esta apariencia. Sin embargo, no hace mucho, Venezuela en sus 20, era una señorita dispuesta a luchar. Seguimos entonces coleccionando historias, de lo que nos cuesta querer a nuestro país. Aparecen nuevos actores dentro de la obra, conocemos las caras del terrorismo, fanatismo, populismo y, por qué no, comunismo. Antes lo que significaba trabajo y más trabajo, para mantener tu libertad. Ahora apunta a la construcción de una Utopía que estuvo enterrada por mucho tiempo. Años y años de resentimiento social se fueron acumulando bajo las sabanas, dentro de las nieves perpetuas de los Andes y entre el delta del Orinoco, para explotar en una mal llamada revolución.

Todavía se me cala entre los huesos la sensación de caminar en la medianoche sin sentir miedo. Comprendo que cuando cruzo mi aduana, y vuelvo a mi realidad, se activa el radar del instinto. Las campanas de la supervivencia se sacuden el polvo para estar alertas. Nuestro ADN nos ha convertido en personas carentes de helio, debido a que no subimos a las nubes para perseguir nuestros sueños criollos. La decepción y el coraje son conceptos muy diferentes en venezolano. Un amigo me recomendó que escribiera cosas más positivas, y saben qué, tiene razón. Vivir en los anaqueles de la realidad nos convierte en personas deshumanizadas, que preferimos ver el show antes de salir a la ayuda de una persona que está en problemas. Es nuestro pellejo y lo demás no vale nada. Acaso no se han preguntado por que la situación en la estamos hoy en día no se ha resuelto drásticamente.

¿No tenemos bolas? ¿Somos unos cobardes? En parte sí, pero principalmente porque preferimos comer mierda, antes de no comer nada. De tomar caña piche antes de conformarnos con una vaso de agua. Nuestro individualismo es el mayor defecto. Es así que cojemos nuestras maletas y volamos hacía una nueva vida. ¿Por qué luchas cuándo nadie lo hace? Cuando una sociedad se hace esa pregunta, es porque el trabajo en equipo no existe, no existe el patriotismo, no existe el cariño a las raíces, lo único que importa es asegurar un futuro próspero, dentro de los términos en los que fui criado. Nuestra conciencia social no se levantará de la noche a la mañana.

Sí existe solución, si puede haber un proyecto de país, pero todo dependerá de la disposición de nuestro cariño. Amar a Venezuela, como a nuestra madre, no está en los planes de la mayoría de la juventud, y cuando una generación se salta ese paso, los tiempos de espera se alargan. Hay que prender la chispa, hay que botar esa venda que nos cubre los ojos, reconocer que hemos tenido el premio en la palma de nuestras manos y lo hemos dejado ir. Así podremos recuperar las riendas. No quieres tirar piedras o tragar humo, muy bien, para eso están tus compatriotas. Pero no te quedes sin hacer nada, participa dentro de tu entorno familiar, comunal y laboral, lucha por romper las barreras que nos dejó el pasado y nos deja el presente. Venezuela es una mujer de alto mantenimiento, pero con gratificaciones que duran para siempre, así que a ponernos las pilas.

Mis palabras podrán ser arena entre los dedos. Pero mientras tenga la voluntad de escribir y hablar en voz alta, no me sentiré derrotado. Si eso llegase a suceder, guárdenme un espacio por Egipto.

Jefferson.