Allí estaba él, a las 8 de la noche esperando en la parada la camionetica que lo llevaría a su casa, y es que, como era apenas un pasante en un periódico no tenía la suficiente cantidad de dinero como para comprarse un carro. Así que está era su rutina de todos los días salía del trabajo al finalizar la tarde y en el comienzo de la noche, ustedes saben cuando el cielo se torna violeta, terracota y en beige índicandonos que ya viene la luna, se dirigía a unas dos cuadras y allí esperaba pacientemente la llegada de su transporte. Se le notaba molesto y amargado, habían pasado muchos minutos y nada que llegaba la bendita camioneta, no disfrutaba estar en ese lugar a esa hora y es que Caracas ahora es "zona roja" a todas horas y en todos lados. Por fin cuando ya empezaba a perder todas las esperanzas y pensaba en tomar un taxi, maldiciendo tener que gastar un dinero necesario, llegó la "fulana" y la abordó, a duras penas pudó acomodarse entre el conductor y el copiloto, y en frente de una muchacha que estaba sentanda en la tapa del motor, así pues arrancaron, como si un camión de cochinos fuera; a duras penas las ruedas no explotaban en el asfalto por la cantidad de personas que estaban montandas en aquel vehículo infernal.
Mientras avanzaban sobre las últimamente muy tránsitadas calles de está ciudad, notó que la muchacha sentanda en el motor y el conductor del colectivo tenían entablada una conversación desde hace rato que él llegará. La mujer era joven, no debía haber tenido ni 30 años, se le notaba algo cansada y por las patas de gallo que se le formaban en el rabillo de sus ojos cada vez que reía se percibía que durante toda su vida había trabajado mucho, su mirada fija pero a la vez perdida, además del sueño reflejaba la lucha que tenía contra las adversidades que coloca siempre el tiempo ; el conductor era un señor moreno de unos cuarenta pa´lante, se le notaba una gran paciencia porque vada vez que recibía el dinero por el pasaje devolvía el vuelto con un gran "Buenas Noches y cuidado al bajar", la amabilidad entre los seres humanos es algo en extinción y por eso es muy raro pero a la vez gratificante verlo. Sus manos cuarteadas y la cabeza totalmente calva denotaba que estaba en ese oficio desde hace tiempo además los reflejos de gacela que le permitían zigzagear entre los carros indicaba que manejaba como la mayoría lo hace en este país: a los carajazos.
No era su intención el escuchar lo que esos dos seres decían, pero es que no había otra opción, la camionetica estaba abarrotada y más bien él tenía que hacer malabares para agarrarse y no estrellarse contra el parabrisas con cada frenada, escuchaba cada palabra y lo asimilaba como un buen entretenimiento mientras hacía su viaje a casa.
- Estoy muy gordo - decía el conductor - debo adelgazar, además mis primos que viven en Barlovento son todos unos barrigones, así que la cuestión es de familia.
- Yo más bien, deseo engordar peso 47 kilos y eso no debe ser saludable - comentaba la mujer - una vez estaba en la playa y pasó una brisa tan fuerte que me tuve que agarrar de mi tía para que el viento no me llevara y no lo digo en broma - El chofer se echo a reir.
- Mijita si quieres engordar, queda embarazada, así ganaras varios kilos
- No, señor para nada. Yo quedé embarazada una vez pero la pobre criatura se me murió, así que esa mala experiencia por los momentos no la quiero recordar - dijo la muchacha.
Mientras la muchacha hablaba buscaba insistentemente en su cartera algo, como si quisiera cabar un pozo o sacar un conejo, Arturo la observaba y ella de vez en cuando subía su mirada para verlo, le regalaba una sonrisa y seguía hablando con el chofer, en un momento cuando ya casi él llegaba a su casa escuchó que la muchacha se disculpaba con el conductor por no tener el dinero completo para el pasaje, a lo cual le ofreció un chocolate como forma de pago.
- ¡Hay señor que pena!, si quiere usted yo me bajo aquí, lo único que pedo ofrecerle en estos momentos es un chocolate para no quedarle mal.
- Tranquila mi amor, la conversa a estado muy buena así que no te preocupes, además ese chocolate es muy grande, acuerdate que estoy a dieta- le dijo el chofer.
- Bueno pero de todas formas yo se lo dejo, quizás se lo puede ir comiendo de poquito a poquito, yo en la nevera de mi casa tengo un Toblerone gigante que me trajo mi mama de Margarita y todas las noches yo rompo un pedacito y me lo comó - dicho esto coloco el chocolate encima de una mini-gavetita que el chofer tenía en frente de él para colocar las monedas.
Arturo vió la bomba de gasolina que le indicaba que estaba llegando a su casa, pidió la parada y desenrollo el billete de mil Bolívares que tenía en el bolsillo de su pantalón, le pagó al chofer y este como si de una bella rutina le dijo: "Buenas noches y cuidado al bajar", Arturo bajó y mientras lo hacía sintió que debía devolverle una sonrisa a esa muchacha que tantas le regaló, lo hizo y le respondió al buen hombre: "Buenas noches y mosca por ahí". Mientras emprendia la subida de dos cuadras hacia su edificio recapítulo lo que había pasado, casi nunca en un viaje de camionetica nos encontramos con cosas tan agradables que nos hagan esbozar una sonrisa. Arturo se sintió muy bien de repente llegó a su casa tardisimo por el retraso del transporte pero no le importó, se baño y continuó hacia su cuarto para leer un rato, pero sin olvidar aquel evento que había pasado y que le hacía recobrar las ganas de volver a montarse en el transporte público. Agradeciendo a esos dos bellos personajes que no les importó hablar en frente de él.
Jefferson
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