jueves, diciembre 15, 2011

Aniversario.
Poco a poco el cigarro se consumía en el cenicero. Mientras un disco sonaba sin parar en el reproductor, la botella de vino destilaba las gotas de frío sobre la mesa de estar. Ubicada en el centro de la biblioteca. Robert, agitaba el licor dentro de la copa con un movimiento circular de su mano, mientras luchaba con la pesadez en los parpados. Había sido un día difícil y lleno de recuerdos, que requería de un ambiente fuera de estímulos que llamaran a la nostalgia. Mientras perdía la batalla contra el sueño, a su lado se posó Rebecca. Entró sigilosa, como gato, preguntándole cuándo volvería a la cama. Fue en ese momento cuando todo rastro de cansancio desapareció del rostro de Robert. Al verla ahí, tan bella como el día que la conoció. Su pelo negro caía sobre sus hombros, ojos ámbar que se iluminaban con la escasa luz que proveía el cuarto, descalza, ataviada con un sencillo mono y una camisita para dormir que coqueteaba con la imaginación al translucir tímidamente el ocre de sus pezones. Sí, era su esposa, la mujer de su vida.
Robert no quería olvidar esa imagen. Quería recordarla así, como una musa que iluminaba el camino que habían decidido recorrer juntos. Mi vida, vas amanecer con dolor de espalda y cuello
si sigues durmiendo en ese sillón ¿Por qué no vuelves a la cama? –Inquirió Rebecca tras ponerse a su espalda y rodearlo con sus brazos - Sabes que no ha sido un día fácil, y necesitaba dejar escapar algo de presión en mi cabeza para conciliar el sueño. Robert vio sus ojos y la besó. Sabía que esos momentos eran los generadores del cariño y respeto que se habían prometido desde hacía 15 años. ¿Sabes qué me estaba acordando? Del día en que nos conocimos, ¿lo recuerdas? –Preguntó él, mientras ella bordeaba el sillón y se sentaba en la mesita que reposaba en el centro de la habitación- Roberto, ¿cómo puedes seguir recordando eso? Ha pasado mucho tiempo, y podemos asegurar con propiedad, que ya soy tuya.
Fue una mañana de enero, de esas en que Caracas es envuelta entre un frío que no es polar pero tampoco permite olvidar el suéter en casa. Robert tenía 23 años, y trataba de entrar al metro para ir al trabajo. Entre esa muchedumbre notó un simple cintillo rojo sobre una cabellera negra. Sus ojos, intrigados por la simplicidad de esa combinación siguieron observando la escena. Sin percatarse que sus pies poco a poco caminaban hasta la dueña de la visión. Se encontró entonces, al lado de una muchacha que rondaba los 20 años. Piel tersa y luminosa como el Sol. Con un morral lleno, que denotaba que iba a la universidad o también al trabajo. Él no podía dejar de pasar esa oportunidad, tenía que hablar con ella, así fuera para preguntarle la hora. Pero el tren llegó, y con ese momento, la histeria de una población tratando de llenar los vagones a su máxima capacidad. Así, tan rápido como observó a aquella muchacha, se le perdió entre la multitud.
Ese día no fue fácil para Robert. Su mente seguía rondando en aquel cintillo rojo. E n la tarde, como de costumbre salió del trabajo directo al metro para volver a casa. Luchó contra la misma multitud, que parecía reproducirse por horas dentro del subterráneo, para ingresar a un vagón. Pasaron tres estaciones cuando volvió a ver el mismo cintillo. Su corazón acelerado, no tuvo complacencias al pasar por encima de la veintena de personas que lo separaban de aquella visión. Muchas personas salieron con pies pisados ese día. Pero al fin, Robert logró colocarse al lado de la muchacha del morral. Su entrada fue fácil, casi como caída del cielo, ella leía sin complacencia una selección de los mejores cuentos de Cortázar. Él, terminando estudios en Letras, supo armarse de valor para recomendarle un cuento. Lee: “La Autopista del Sur”, es uno de los mejores cuentos de Cortázar –soltó mientras la vocecita mecánica del vagón anunciaba la estación Chacaito- Ella levantó la mirada, un poco consternada por lo que había escuchado. No sabía siagradecer el gesto o ignorar a otro loco que se encontraba en la calle- Muchas gracias. Sí, ya lo leí y es muy bueno.
Llegaron hasta la estación Plaza Venezuela, ambos preparándose para bajar. Robert no sabía qué más decir, mientras la gente se arremolinaba en las puertas para salir. Como una catarata, el flujo de gente fue fulminante. Dos corrientes tratando de ir en sentidos contrarios, chocaban en lo que se llama la hora pico caraqueña. Fue cuando él vio en el piso un extraño objeto, la muchacha había botado su cintillo rojo, que rondaba sin prohibiciones entre pies desconocidos. Como pudo, Robert logró tomarlo y subió la mirada para ver si la veía. Busco, hasta que la vio hurgando en su bolso. ¡Hey! Chica Cortázar, ¿se te perdió esto? –Dijo mientras le daba el cintillo- ¡Muchas gracias! Ya estaba buscando una liga para amarrarme el pelo. ¿Cómo has logrado recuperarlo en ese mar de gente? –Inquirió ella mientras agitaba su pelo para tratar de colocar el cintillo en su lugar- Digamos que tengo una súper visión y he podido recuperarlo. Ninguno de los dos se explica el resultado de un simple encuentro. Muchas veces la vida sí funciona a través de lo cursi o de las situaciones de películas, pero ese día terminaron conversando en aquella estación por dos horas.
¿Te acuerdas Becca? Trataba de sacar a relucir cualquier tema para que no te fueras. Temía que estuvieras fastidiada, y por tu amabilidad no me decías que me fuera a la mierda –dijo mientras sorbía un poco del vino caliente que reposaba en la copa- En realidad, al principio quería cortar por lo sano, y sólo darte las gracias. Pero eres un condenado, tienes tanta labia que lograste enamorarme con tus palabras. Y no te lo niego, me parecías lindo. Robert siempre sonreía con esa respuesta, sabía que no era ningún galán, pero con su esposa siempre procuró enamorarla todos los días. Era algo que le salía innato. Vamos mi amor, es tarde. Vuelve a la cama, que no me
gusta dormir sola –dijo mientras se levantaba de la mesa- Vale, déjame terminar esta copa y subo. Con una sonrisa y picándole un ojo. Lo abrazo y desapareció entre la puerta de la biblioteca. Robert no sabe en qué momento se quedó dormido sobre el sillón.
Por la mañana, despertó con dolor en la espalda, como su esposa se lo había advertido. Se bañó, busco en el clóset su mejor traje y se lo puso. Salió temprano para no despertar a nadie, mientras que en el bolsillo interno de su chaqueta llevaba aquél cintillo rojo. En el carro tenía unas margaritas que había comprado el día anterior. Se puso en marcha para encontrarse con su esposa. Llegó al cementerio justo cuando el Sol ofrece los rayos más amables del día. Retiró las flores que había dejado hace 3 días, y colocó las nuevas. Parado frente a la lápida gris y lánguida,
exclamó: ¡Feliz aniversario Becca! Anoche me visitaste amor. Gracias por eso.
J. Díaz.

jueves, junio 30, 2011

Carta N°9
Te escribo entre las sombras. A la luz de una vela, que bambolea su luz con la ayuda del viento gélido que llega del norte. Sobre una mesa que destila los años de lana y aceites que se posaron sobre ella, y apoyado en una silla que vivió mejores momentos. Sí, en este escenario me dispongo a escribir la carta que esperas.
No, esto no es cierto. Te pinto dicho panorama para que sepas que Lhasa, capital del Tíbet, no ha escapado de la tecnología. Dos veces al día nos llega la señal para poder revisar correos electrónicos, y alguna que otra página de compras en línea que los monjes desean conocer. Sí, desde el techo del mundo, no se pierde el sentido de la realidad. Desde aquí, a 18 horas de vuelo de tu sonrisa, sigo pensando en ti.
La concepción es extraña. Vine en busca de paz mental, y la falta de medios de comunicación o de las fotos que dejé en mi cámara (contigo a mi lado), no colaboran con el objetivo. Por eso te escribo, sin papel ni lápiz. Frente a una pantalla en blanco que titila cada vez que me detengo a pensar una idea. Imaginando que palabra por palabra será digerida como un sentimiento de esperanza o la culminación de algo que nunca empezó. Desde aquí, entre rezos nocturnos y temperaturas bajo cero, estoy seguro de extrañarte a rabiar. Por supuesto, las cosas son simples, muy simples. Porque cuando aprendes a ver más allá de lo obvio, te das cuenta que las respuestas están a simple vista. Verdades crudas, indiscretas y sin escrúpulos, que dejan claro las reglas del juego. No hay amor. No hay pérdida de los sentidos. No se otorgan concepciones. No hay química. Señales que evitan los accidentes, o que tomemos una maleta y nos larguemos al fin del planeta. Créeme, lo aprendí el primer día que llegué aquí.
He destilado entonces la percepción de mis emociones. Comprendido que no me quieres más allá de darte consejos de vida (que no comprendes), palmadas en la espalda por un trabajo bien hecho o compartir entre copas las travesuras de tu corazón. Una amistad que evoluciona al trato familiar de dos personas que no son de la misma sangre. A través de los cambios de las corrientes de aire que recorren las montañas de China, me he despojado de los tapujos, para decirte con propiedad que ya tengo suficientes amigos, y que mis deseos nos llevan a la cama para arrugar sábanas. Yo preparándote el desayuno, y siempre que pueda, corriendo a besarte cuando empiece la lluvia. Sí, cumpliendo esos clichés de literatura que nos dan esas sonrisas idiotas de por vida. Tuve que identificar ante una estatua de Buda, que no estoy dispuesto a soportar más decepciones, porque ante la juventud que me acompaña, no vale la pena perder tiempo en callejones sin salida.
Sí, todavía te extraño. Sí, me acuerdo de los roces de tu mano sobre mi pierna. De los vaivenes de tu pelo por la brisa de verano. Y de esa sonrisa que me acompañó en los viajes que hice para conocerte. Pero no más. Vuelvo al país con la decisión firme de pactar con el futuro. De hacer un trato con la soledad. Donde ambas partes puedan coexistir sin la necesidad de abrir muchas botellas de vino. De no conformarme con felicidades efímeras, que lo único que hacen es agregar parches a mi cerebro. Saber que los humanos somos valiosos, cuando sabemos apreciar nuestra personalidad y defenderla de los corazones mezquinos. Sí, aún te extraño, pero no volveré a tomar un avión para olvidarte. Me quedo en los límites de la cordura, y dejaré que la locura se escape, cuando sea la hora de corresponder los sentimientos adecuados.
No, no me volví un robot, y mucho menos un desalmado. Pienso que las cosas se me presentan con mayor claridad, y he adoptado el lema: “vive y deja vivir”. Donde usted podrá ser feliz, sin la necesidad de robarme horas de sueños, palabras de aliento y días de camino. Empiezo por decirle a mi consciencia que se quede tranquila, y a mi alma que deje el sufrimiento. La vida no se determina por los “no te quiero”, sino por los “yo sí puedo”. Es por eso que partimos en igualdad de posiciones, donde yo sé que causé impacto en tu mirada, como usted en la mía. Vamos entonces a ser felices, a jugar con el destino, y por sobre todo, a contemplar las noches de luna llena, sin preguntarnos dónde estarás y por qué no estás a mi lado. Preguntas a las que sabemos respuestas, pero no salen de nuestro cronograma de ilusiones.
Jefferson Díaz.

lunes, junio 20, 2011

Al Tíbet por una mujer
Los monjes tibetanos tienen una tradición para sus iniciados. Antes de instruirlos en la meditación y el rezo, piden despojar de todos los metales y posesiones que carga el candidato. Después de dicho proceso, le piden que escriba su testamento. Y es que los monjes piensan que a través de la muerte espiritual (porque la muerte es lo más seguro que tiene el hombre) se llegará a un estado de paz mental, que permitirá a la persona alcanzar su máximo potencial. Con ese papel, demuestran al aprendiz las futilidades de su vida y el camino que debe seguir para la iluminación. Entonces, el monje se transforma en una persona muy consciente de su entorno, no percibe las cosas como malas o buenas, sino como condiciones de la existencia humana. Protegiendo así su espíritu, y evitando la infelicidad. Suena muy convincente, ¿verdad?
Pero como todo en la vida. Hay un pero para el estilo de vida del monje. Como si de un drogadicto se tratara, el iniciado debe someterse a duras pruebas de abstinencia (y no me refiero sólo al sexo) donde pierde contacto con una sociedad que se ha deshumanizado. Aprende a escuchar su voz interior, y recibe las respuestas necesarias en forma de vivencias. Ejemplos de cómo debe ser la armonía entre cuerpo y mente. Una vez alcanzado ese nivel, podrá superar las pruebas más duras a través de la oración. Lo más preciado para los monjes es la paz interior. Con esta pequeña introducción, yo pregunto: ¿podemos alcanzar esa meta?
No me he metido a monje (todavía) y no pienso hacerlo. Sin embargo es interesante analizar como seres, de la misma especie, son capaces de conllevar una vida próspera y feliz, sin la necesidad de darse tanta mala vida. Lo digo en criollo para dar mejor entendimiento a mis lectores. Confieso que desde hace rato busco esa calma interior; sonará muy existencialista, o como algunos amigos dicen: “EMO”, de mi parte. Pero, ¿no es eso lo que todos queremos? Esa estabilidad que nos permita levantarnos activos en la mañana, y con la mente tranquila, nos lleve a dormir por la noche. Como verán, y por la hora que siempre realizo mis escritos, no tengo esa herramienta de vida que me permita despreciar el estilo de vida tibetano. Me da una envidia atroz no poder enfocarme en lo que realmente importa, y seguir dando paso a la desilusión sin importar el costo. Observo como unas personas, con túnicas de color rojo y amarillo, son devotos de la oración, agricultura, pesca, estudio y meditación (además de pelear a rabiar por su territorio) viéndose realmente felices. Ante un mundo que se sigue hundiendo entre la tecnología y la falsa percepción del amor. Sólo yo tendré esa visión de mundo, o como piensa mi madre: me volví hippie.
Seguro, no soy quien para sermonear sobre el asunto. Y es que a la hora de la verdad, todos vemos la vida de una manera diferente. Pero, las cosas son más sencillas de lo que parecen. Siempre te dicen: se responsable, enfócate en tus metas, estudia y serás exitoso, no dejes que las personas te disminuyan, aprende a reconocer lo bueno, pon los pies sobre la tierra, y mi favorita: ya verás que con el tiempo todo se olvida. Pues no, no se olvida. Somos humanos, y está en nosotros la necesidad patológica de no olvidar. De ver siempre al pasado, y como dije anteriormente, darnos mala vida.
Confieso que empecé a envidiar la vida de los monjes por una mujer. Lo sé, lo sé, esa afirmación me convierte en un cliché andante. Pero pinten este escenario: ustedes son personas confiadas, capaces y emprendedoras. No permiten que las pequeñeces de la vida los destruyan y luchan por sus sueños. Son profesionales, familiares y buscan un éxito sin límites. Hasta ahora, viven de acuerdo a sus expectativas de vida. Se dicen que nunca se dejarán influenciar por alguien. Y es que, ¿por qué hacerlo? Eso es de personas débiles. De repente ¡ZAS¡ Ocurre lo impensable. Se enamoran, y empieza la tortuosa dicha de la felicidad. Sea correspondido, o no. El amor representa una gran barrera, y no se los digo por ser Grinch, sino que es empezar a dar concesiones por otra persona, que nunca imaginamos incluir en nuestro futuro.
Las cosas se ponen interesantes. Porque la cotidianidad cambia, y nos volvemos seres dependientes de otra personalidad. Por mucho que luchemos, por muy duros que creamos ser, al tener esa adición en nuestras vidas, sufriremos poco a poco. Vamos, si hasta Hitler amó con locura a Eva Braum. Y vaya que ese tipo era un hijo ‘e su madre. Es entonces cuando el que escribe, se hizo el planteamiento de la paz interior. De no permitir que nada ni nadie, desgarre tu felicidad. De alejar los términos soledad, e indeseado, del diccionario. De saber que hay cosas más importantes, que reparar un corazón roto. Saber que cuando hay equilibrio, las cosas caen por su mismo peso. Entonces se decide, desensibilizarse ante las situaciones trágicas y felices de la vida. Buscar soluciones concretas a los problemas, y labrar un camino exitoso a punta de sacrificios y fortaleza, para mantener nuestras decisiones. Reconocer que nadie es mejor que nadie, y que todos merecen una verdadera felicidad.
Pensando en lo del testamento. No estoy seguro de que lo haría de esa manera. Más bien le escribiría una carta a mi antiguo yo, y a la causa (llámese damisela de los tormentos) que me puso en esa situación. Para leerla cada vez que vengan momentos débiles. Para obviar a todas esas personas que te dicen “no te sigas haciendo daño”, “lo mejor es lo que pasa”, “no era para ti”, y otra de mis favoritas “verás que lo bueno está por llegar”. Decir que se dejen de idioteces, que los sueños están para perseguirlos mientras estamos despiertos. Que la mejor respuesta es un no, dicho a tiempo. Que las cordialidades aún pueden enamorar. Que estamos destinados a vivir en pareja, porque de ahí venimos. Que nunca debemos perder nuestra personalidad. Que el amor es enorme, pero no más importante que nuestra dignidad. Que las cosas se resuelven con palabras directas, y no con el susurro de una mentira infinita.
Como dijo el Libertador una vez sobre la paz: “Donde te halles, allí mi alma hallará el alivio de tu presencia aunque lejana”. Y si él lo dijo, ¿por qué yo no puedo hacer lo mismo?
Jefferson Díaz.

jueves, mayo 26, 2011

Tabú




Cada vez se me hace más difícil escribir. Pasó días y días madurando una idea, pero cuando estoy frente a la página en blanco, no sale nada. Quizá es lo peor que puede pasarle a un escritor, quizá es mi mente aconsejando que me dediqué a otra cosa o quizá, es una manera de ir cocinando las palabras que podrían marcar mi futuro. ¿Tengo cosas interesantes que decir? ¿La gente valorará mi trabajo? ¿Puede un escritor sobrevivir en una época donde la sensibilización del ser humano es casi nula? No tengo las respuestas necesarias. Sin embargo, de algo estoy seguro: así sea escribiendo menús para restaurantes de comida rápida, escribir siempre será mi profesión.

Todo pasa por aceptar lo que queremos, y perseguir con todas nuestras fuerzas el éxito. Observando el pasado, nos encontramos con ejemplos de personas que dieron un cambio a sus vidas en el momento menos oportuno. Hoy en día, son ejemplos para la sociedad. Entonces, me colocaré una venda y saltaré a lo desconocido. Qué importa lo que diga un universo donde debes seguir unos requisitos para que la chica bonita te quiera, o la empresa multimillonaria te contrate. Lo que es valioso son los mecanismos que uses para obtener tu felicidad. Porque estoy seguro que en este momento, en alguna playa de Venezuela, hay un vendedor de artesanía más feliz que yo. Son esas acciones para combatir la rutina, que nos hacen verdaderos guerreros del destino.

Pienso que siempre hay una gasolina especial que nos hace andar. Más allá del amor incondicional de nuestra familia, en determinado momentos conocemos personas capaces de hacer relucir nuestro verdadero potencial. Son esas criaturas dispuestas a querernos, amarnos, odiarnos, ser sinceras y tocar las teclas necesarias para que vivamos entre la tierra y el cielo. Como aquella muchacha que muy pronto, se convertirá en la amiga que siempre querremos así se interponga la distancia, o la joven que con sus locuras y puntos de vista imaginativos, nos impulsa en todo momento para ser un mejor hombre. La belleza que vive en el desierto venezolano del corazón. ¿Suena muy cursi? Vamos por buen camino entonces. Porque soy el primer partidario de que la humanidad perdió el rumbo de sus sentidos y sentimientos.

Como figuras robotizadas caminamos sobre tejas de concreto. Cuidando de que la estructura de nuestra ambición no colapse por derramar una lágrima o permitir decir un te quiero. Somos los idiotas racionales, que dependemos de la duración de nuestras cuentas bancarias y lo que diga el colectivo, para ser felices en un mundo que poco a poco se va desgastando. Y nos preocupamos por meteoritos, terremotos o el fin del mundo. Sin entender que desde hace mucho tiempo, nosotros somos las herramientas perfectas de nuestra destrucción. Aunque, ante tanto análisis, surge una pregunta muy importante: ¿lo abandono todo y me meto a hippie? No, claro que no, pero hay maneras de ser exitosos, sin ser analfabetas funcionales.

No es cuestión de imponer gustos, pero sí de seguir reglas básicas de vida. Primero, nunca hagas lo que no te gusta que te hagan. Segundo, no permitas que tu engaño personal afecte la vida de los demás. Tercero, vive y deja vivir. Cuarto, conoce tu personalidad, asume tus límites y verás que las cosas resultan más fáciles. Cinco, asume responsabilidades. Seis, a veces la solución más sencilla es la correcta. Séptimo, no dejes que nadie te mire por encima del hombro. Ok, de repente es un mantra bastante personal. Son los pasos que sigo a diario. Pero, que ideal sería que gran parte de las personas pudieran recapacitar sobre su propia existencia. Respirar por cinco minutos, y darse cuenta que la vida no es un destino sino un camino. Que todos esos consejos repetitivos que escuchamos a sacerdotes, gurús, guías espirituales y cuanto loco hay por la calle, fueron redactados por una razón. Ser felices.

Esto ya empieza a sonar como guía de autoayuda, o algo por el estilo. En verdad, que todos los dioses del mundo me libren de alguna vez escribir tonterías comerciales para complacer a las mayorías. Uno debe hablar del corazón a la hora de sincerarse. Plasmar sin miedos la semblanza de un humano que se cansó de que lo encasillaran con un título universitario, una novia que no llega y un éxito que se debe madurar para poder hacer alarde de él. Por eso, soy como soy. Doy la vida por mi familia, todos los días le doy gracias al señor por crear a la mujer. Damas maravillosas que nos alegran la vista, y embellecen la naturaleza. Y que existan oportunidades para que la felicidad sea parte de nuestra compresión humana.

Nunca las cosas serán color de rosa, la maldad es tan cierta como que el Sol y la Luna salen siempre. Pero al manejar sólo un 20% de nuestro cerebro, no creen ustedes que somos capaces de superar las adversidades, poner a trabajar toda la materia gris y poder algún día sentarnos en algún café, en un planeta ubicado en la constelación de Andrómeda. Mientras conversamos con un extraterrestre sobre las bondades y éxitos de la humanidad. Sí, tenía que hacer referencia a los alienígenas. Así de dispuesto a romper tabús estoy.

Jefferson Díaz.

jueves, abril 28, 2011

Bipolar




Bipolar. 1. Adj. Que tiene dos polos.


Caracas se despertó como siempre, sin sutilezas. Dando la bienvenida al Sol, asomándose por la cara Este del Ávila. Preparando el clima para una mañana llena de ruidos de cornetas y transporte rebosante de gente. Se comenzaba a sentir el pegoste del calor, que a pesar de las duchas heladas y camisas de algodón, se impregnaba en la capacidad de trabajo de todos los caraqueños. De todas formas, él decidió llevarse un paraguas. Porque en esta ciudad caótica, llovía todas las tardes. El cambio climático había dejado de ser una realidad de documentales para convertirse en un compañero diario.


La rutina comenzaba con encender el televisor, sintonizar el canal de noticias, y buscar esperanzas en un país que desde hace rato perdió el rumbo. Se había acostumbrado a que los noticieros abrieran con sucesos y protestas. Era el entretenimiento de lo real, la aplicación de lo mediático para dar a conocer lo mal que estamos, pero sin ofrecer soluciones. Después tocaba el baño, a donde se iba arrastrando los pies en un apartamento muy solitario, y colosal, para un abogado. Lo bueno del divorcio es la percepción de un nuevo futuro, lo malo es que el pasado no te deja, y menos si sigues buscando un por qué a lo que salió mal. -¡Demonios!, no hay agua- Uno pensaría que en las zonas mejor acomodadas de la ciudad, los servicios son tan sólidos como las rocas, pero Caracas se burla de sus habitantes, y de vez en cuando los invita a bañarse con tobitos.


¿Qué tocaba hacer hoy? Ir a la oficina, después a los tribunales, revisar los expedientes, lidiar con los clientes, jueces, escabinos y toda esa fauna que invade al sistema judicial. Todo perdía valor cuando recordaba la familia que se le había escapado. Desde hace dos años que sus dos hijos y ex esposa -qué radical suena ese adjetivo "ex", como si algo en esta vida pudiera ser "ex"- vivían en otro país. Lo que le tocaba eran llamadas cada dos semanas para ver cómo estaban. Contactos que con el pasar del tiempo habían evolucionado a cada dos días, cada semana y ahora a 15 días. En Latinoamérica, por excelencia, el rol de papá ha quedado relegado a una función de segundo grado, o si no, que lo digan las miles de madres solteras. Un trabajo que no ha logrado recuperar la gloria del pasado. Ahora, en esta situación, lamentaba la decisión de romper una monogamía que impone el sacramento del matrimonio. Para los católicos, y sociedades occidentales, está muy mal visto lo de "montar cachos", porque no reconocemos que como mamíferos es muy difícil eso de "hasta que la muerte nos separe". Pero bueno, quién es el escritor para criticar las bases de nuestro comportamiento. Sin embargo, para nuestro abogado, el corazón se dividió entre dos mujeres, con el peor de los resultados: NADA.


Llegaba a casa, hace tres años, y sentía el calor de la familia. El abrazo de los hijos y la candidez de su esposa. Una fotografía perfecta de lo que sería la familia en nuestros sueños. Ambos trabajaban, ella como médico residente en el hospital Domingo Luciani. Lo que pasa es que el deseo, y el cariño son transformados por la rutina. Por eso, puedes amar pero dividido entre sentimientos. Lo que tocaba ahora era rehacer la vida, no dejarse engañar por el futuro y velar por el cuidado de los hijos. Lllegaba la tarde entonces, y se asomaban las primeras nubes anunciando el aguacero. Irónicamente, era su parte favorita del día. Sonreía cuando caían las primeras gotas en su rostro. Sentía que la lluvia es una manera de la naturaleza para limpiar lo malo que está en nuestro mundo. Deja tristeza, pero renovación en los brotes verdes que aparcer a lo largo de la urbe.


Buscaba la quietud de la plaza, rodeada de carros amontonados en las vías, semáforos dañados, y vendedores ambulantes. Ahí, en su mundo, sentía empaparse el alma y deslastrarse de la soledad. Su traje, el maletín y los zapatos de cuero se mojaban, pero no pesaban más que el dolor de tener que comenzar a labrar un camino desconocido. La lluvia le daba fuerzas para continuar. Así caminando hasta el metro, goteando las calles, no le importaba la mirada inquisitiva de la gente. Se sentía un hombre que reconocía sus errores, y aprendía de los sucedido. Qué no sería la primera vez que enfrentaría al machismo y feminismo de una sociedad bipolar. Qué aún quedaban muchas batallas por luchar. Pero un minuto antes de entrar al subterráneo, decidió tomar un taxi. Caracas no tiene muchos miradores, principalmente porque los que hay, tienen reputación de moteles de baja monta en horas de la noche, venta de sustancias que hacen volar a los débiles y nido de inseguridad. Sin embargo, nada de eso valía a un cuarto para las seis de la tarde. Se sentó en el piso, encendió un cigarrillo y vio como el sol se alejaba. Inundó su pecho con energía renovada, para pasar el día por día, de una vida que se pintaba difícil.


Después resolvería como volver a casa.


Jefferson.

viernes, abril 08, 2011

Olvido


Seis horas pasaron desde que volvió del aeropuerto. A pesar de destilar sudor en la frente, no había notado el intenso calor que inundaba las paredes de su cuarto. Sólo el silbido de los zancudos lo trajo de vuelta al presente, inmerso en sus recuerdos, nunca se imaginó este momento. Aún tenía las llaves del carro en la mano, los mismos zapatos deportivos y los lentes empañados por la sauna que envolvía la bruma de sus pensamientos. Sin pensarlo, salió de nuevo a la calle, a lidiar con la monotonía de una rutina que lo controlaba. Caracas, a la 1 de la mañana, es una ciudad diferente. Despiertan los seres que dan vida al lado oscuro de una urbe, que hace tiempo quedó suspendida en la evolución. Así como Dante bajó al infierno, las madrugadas caraqueñas ofrecen un panorama de la realidad venezolana. Entonces, a través de los semáforos y avenidas, nuestro personaje dejó volar la imaginación, y presionó el pedal del acelerador hasta quedar suspendido en la carretera de los sueños inconclusos. Maldecía a la cultura de la insatisfacción que estamos acostumbrados, y luchaba por no tomar el primer avión que lo llevará a su felicidad perdida. Por mucho tiempo guardó las ganas de estampar un beso, de abrazar sin ataduras y decir sin prejuicios: te amo. Pero el orgullo y la rebeldía nunca van de la mano; y por eso la realidad es la única salida. Unos cinco trabajadores del aseo se arremolinaban ante una montaña de basura. Esos desperdicios de los vivos, que tratan de quedar olvidados por la tarde, y resurgen en la mañana. Fumaban un cigarro, mientras ojeaban una revista pornográfica que algún niño –o no tan niño- había botado para evitar la charla moral de sus padres. Absorto ante una cruda revelación, se sintió vivir en La Bonanza, vertedero de los sueños de miles de personas y rodeado por zamuros dispuestos a hundirlo más en la depresión. ¿Por qué? ¿Por qué tuviste que callar lo que sentías y dejarte llevar por lo políticamente correcto? No te produjo ningún resultado, y ahora como un idiota, tratas de borrar la memoria a punta de alcohol y velocidad. Porque sí, en la capital se consigue alcohol a cualquier hora. Nuestra ciudad no puede huir de la rutina que invade a todo el país. Capitolio, Baralt, El Paraiso, autopista y hacia el Este. Mientras, deja que pasen los chiquillos que arriesgan sus vidas al convertir el asfalto local en circuitos de fórmula uno. Porque la adrenalina de tener una máquina de una tonelada y muchos caballos de fuerza, en la palma de tu mano, te hace sentir el hombre con el pene más grande del universo. ¡Malditos imbéciles! Al salir, ojea como las calles se llenan de personajes sin nombre. Muchos buscando una nueva victima, y otros, el vicio de un polvo blanco que envuelve a la luna. Así, el conductor está decidido a dejar un lado la resignación e ir directo a la acción. Olvidar, de una vez por todas, esa oportunidad que dejo escapar. Comprender que la vida es más que un juego de azar. Así se lo dijo la prostituta que se detuvo a su lado para pedirle un cigarro. Nunca es buena idea parar ante el rojo del semáforo en una ciudad tan caótica. Sin embargo, no tuvo miedo y otorgó el placer a la mujer que sin tapujos, maneja al sexo como ganancia. Porque somos así de básicos, y elementales. Los seres humanos vivimos a base de necesidades tan primordiales, que no caemos en cuenta. Por eso, tratamos de buscar interioridades a un vacío que siempre está presente. Entonces ante el amor que se va, que llega o nunca fue. Son pocas las opciones de consuelo, sólo entender que como una necesidad, se puede satisfacer. No hay que ponerle alas al carro, ni comprar un boleto, la respuesta está en manejar el sube y baja de nuestros deseos. Salía el sol por el Ávila, y tal cuál cuadro de Cabré, observó a una ciudad que lo saludaba y también le daba la espalda. Jefferson Díaz

miércoles, enero 19, 2011

Coro


Salir del trabajo emprendía una tarea titánica. Agarrar el metro, hacer dos transferencias en hora pico para después, tomar el bus que lo dejaría frente a su casa. Quizá por eso se disponía viajar, salir de esa ciudad que se ha convertido en un extraño individuo para él. Reconocer que Caracas no es toda Venezuela, y que más allá del Ávila existe un territorio que vale la pena explorar. Sin embargo, como buen citadino, las cosas quedaron para última hora: ducha, maleta, pasajes y ruta se amontonaban en su cerebro mientras pretendía ser corredor de pista y llegar a tiempo al terminal. Por poco lo deja el autobús que le enseñaría la verdadera independencia.

Primera parada. Una arepera, después de tres horas y media de camino. Viajaba de noche, porque cuando se hace sin sol, uno puede pretender que duermes en un lugar y despiertas en otro. La perfecta metáfora de una transmutación espiritual. Pero volviendo al caso, era una arepera en medio de la nada. Pareciera que en el monte venezolano siempre están estos establecimientos donde los personajes son verdaderos muertos vivientes. Con esa expresión enajenada en el rostro, preguntándose de dónde vendrás y cuál será tú destino. Al llegar todo huele a cloro, smog y un tufillo que es mejor obviar los alimentos y optar por un buen Doritos con Coca Cola. Son esas areperas que aparecen cuando los pasajeros llegan y desaparecen sin dejar rastro. Hablando de terror.

Llegar a nuevos destinos siempre eleva el instinto de supervivencia. Nos disponemos como halcones a explorar el terreno, y no dejar que noten nuestra pinta de perdidos. Con el tantra de “no me roban en Caracas, y me van a venir a joder aquí”, superamos algunos obstáculos. Sin embargo, lo que tú pienses no le importa a Venezuela, da lo mismo que sea de Hong Kong o Mucuchíes. El ambiente era ligero, con ciertos toques de brisa que recuerdan lo bien que se siente respirar sin contaminación. No había cornetas a las seis de la mañana, ni guacamayas frente a tu ventana peleando por el último fruto. Sólo un terminal a medio llenar, y la premura de encontrar un taxi para conocer al destino.

La dualidad de Coro es increíble. Por un momento sientes que estás en plena lucha de Independencia, recorriendo las calles empedradas de una ciudad que cocinó mucha de la historia venezolana, y por otro lado entras de lleno a un socialismo, que ha dejado de querer a una de las joyas de nuestro país. Catedrales, monumentos, arte y árboles muy frondosos, comparten espacios con motos, viviendas semi derruidas, congestión vehicular y alcantarillas a medio terminar. Una realidad que parece cubrir cada rincón de esta pequeña Venecia. Pero lo importante del asunto, es lo que haces con el tiempo que estés fuera de tu zona de confort.

Mucho tiempo me había tomado escribir esta crónica, y como uno a veces es esclavo de lo que calla, lo mejor es no dejar pasar las oportunidades en que la ganas de escribir te pegan con fuerza. Viajar a esa ciudad significó varios puntos de no retorno para un camino que aún está forjándose. Acumulo una cantidad de recuerdos que sirven de gasolina, para encontrar las fuerzas del futuro. Y mientras yacía sentado sobre un banco, en alguna plaza falconiana, comiendo chupeta y mirando el cielo. Podía ver como el vaivén de las ramas, que constituyen el alma de un árbol, anunciaban que el ser humano es movimiento y como el viento debemos explorar más que nuestros propios sentimientos. Son enseñanzas que muy pocas veces se consiguen en una capital minada de cornetazos y política.

Mi saludo para los que se desarrollan en uno de los primeros asentamientos de Venezuela, en ese pedacito de tierra considerado por la Unesco como patrimonio de la humanidad, son novedades que pocos saben porque sinceramente no quieren saberlo. Son viajes que deben repetirse muchas veces, como una buena película, donde encuentras detalles cada vez que la retomas. Son experiencias que capacitan los sentidos y nos hacen madurar. Así, mientras caminas cuadras interminables para encontrar un cajero que sirva, y te repites, cual loco que habla solo por la calle: “esta vaina en Caracas no pasa”, se te olvida que en realidad sí pasa, sólo que ya te acostumbraste a vivir en un caos, y ahora estás en otro. Porque por mucha tranquilidad, siempre trasladaremos nuestros pesares en la maleta.

A menos que decidas quitarte la camisa, arremangarte los pantalones y lanzarte por la arena. Dejando que las caricias de unos medanos se lleven tus problemas.

Jefferson Díaz.