Carta N°9
Te escribo entre las sombras. A la luz de una vela, que bambolea su luz con la ayuda del viento gélido que llega del norte. Sobre una mesa que destila los años de lana y aceites que se posaron sobre ella, y apoyado en una silla que vivió mejores momentos. Sí, en este escenario me dispongo a escribir la carta que esperas.
No, esto no es cierto. Te pinto dicho panorama para que sepas que Lhasa, capital del Tíbet, no ha escapado de la tecnología. Dos veces al día nos llega la señal para poder revisar correos electrónicos, y alguna que otra página de compras en línea que los monjes desean conocer. Sí, desde el techo del mundo, no se pierde el sentido de la realidad. Desde aquí, a 18 horas de vuelo de tu sonrisa, sigo pensando en ti.
La concepción es extraña. Vine en busca de paz mental, y la falta de medios de comunicación o de las fotos que dejé en mi cámara (contigo a mi lado), no colaboran con el objetivo. Por eso te escribo, sin papel ni lápiz. Frente a una pantalla en blanco que titila cada vez que me detengo a pensar una idea. Imaginando que palabra por palabra será digerida como un sentimiento de esperanza o la culminación de algo que nunca empezó. Desde aquí, entre rezos nocturnos y temperaturas bajo cero, estoy seguro de extrañarte a rabiar. Por supuesto, las cosas son simples, muy simples. Porque cuando aprendes a ver más allá de lo obvio, te das cuenta que las respuestas están a simple vista. Verdades crudas, indiscretas y sin escrúpulos, que dejan claro las reglas del juego. No hay amor. No hay pérdida de los sentidos. No se otorgan concepciones. No hay química. Señales que evitan los accidentes, o que tomemos una maleta y nos larguemos al fin del planeta. Créeme, lo aprendí el primer día que llegué aquí.
He destilado entonces la percepción de mis emociones. Comprendido que no me quieres más allá de darte consejos de vida (que no comprendes), palmadas en la espalda por un trabajo bien hecho o compartir entre copas las travesuras de tu corazón. Una amistad que evoluciona al trato familiar de dos personas que no son de la misma sangre. A través de los cambios de las corrientes de aire que recorren las montañas de China, me he despojado de los tapujos, para decirte con propiedad que ya tengo suficientes amigos, y que mis deseos nos llevan a la cama para arrugar sábanas. Yo preparándote el desayuno, y siempre que pueda, corriendo a besarte cuando empiece la lluvia. Sí, cumpliendo esos clichés de literatura que nos dan esas sonrisas idiotas de por vida. Tuve que identificar ante una estatua de Buda, que no estoy dispuesto a soportar más decepciones, porque ante la juventud que me acompaña, no vale la pena perder tiempo en callejones sin salida.
Sí, todavía te extraño. Sí, me acuerdo de los roces de tu mano sobre mi pierna. De los vaivenes de tu pelo por la brisa de verano. Y de esa sonrisa que me acompañó en los viajes que hice para conocerte. Pero no más. Vuelvo al país con la decisión firme de pactar con el futuro. De hacer un trato con la soledad. Donde ambas partes puedan coexistir sin la necesidad de abrir muchas botellas de vino. De no conformarme con felicidades efímeras, que lo único que hacen es agregar parches a mi cerebro. Saber que los humanos somos valiosos, cuando sabemos apreciar nuestra personalidad y defenderla de los corazones mezquinos. Sí, aún te extraño, pero no volveré a tomar un avión para olvidarte. Me quedo en los límites de la cordura, y dejaré que la locura se escape, cuando sea la hora de corresponder los sentimientos adecuados.
No, no me volví un robot, y mucho menos un desalmado. Pienso que las cosas se me presentan con mayor claridad, y he adoptado el lema: “vive y deja vivir”. Donde usted podrá ser feliz, sin la necesidad de robarme horas de sueños, palabras de aliento y días de camino. Empiezo por decirle a mi consciencia que se quede tranquila, y a mi alma que deje el sufrimiento. La vida no se determina por los “no te quiero”, sino por los “yo sí puedo”. Es por eso que partimos en igualdad de posiciones, donde yo sé que causé impacto en tu mirada, como usted en la mía. Vamos entonces a ser felices, a jugar con el destino, y por sobre todo, a contemplar las noches de luna llena, sin preguntarnos dónde estarás y por qué no estás a mi lado. Preguntas a las que sabemos respuestas, pero no salen de nuestro cronograma de ilusiones.
Jefferson Díaz.
No, esto no es cierto. Te pinto dicho panorama para que sepas que Lhasa, capital del Tíbet, no ha escapado de la tecnología. Dos veces al día nos llega la señal para poder revisar correos electrónicos, y alguna que otra página de compras en línea que los monjes desean conocer. Sí, desde el techo del mundo, no se pierde el sentido de la realidad. Desde aquí, a 18 horas de vuelo de tu sonrisa, sigo pensando en ti.
La concepción es extraña. Vine en busca de paz mental, y la falta de medios de comunicación o de las fotos que dejé en mi cámara (contigo a mi lado), no colaboran con el objetivo. Por eso te escribo, sin papel ni lápiz. Frente a una pantalla en blanco que titila cada vez que me detengo a pensar una idea. Imaginando que palabra por palabra será digerida como un sentimiento de esperanza o la culminación de algo que nunca empezó. Desde aquí, entre rezos nocturnos y temperaturas bajo cero, estoy seguro de extrañarte a rabiar. Por supuesto, las cosas son simples, muy simples. Porque cuando aprendes a ver más allá de lo obvio, te das cuenta que las respuestas están a simple vista. Verdades crudas, indiscretas y sin escrúpulos, que dejan claro las reglas del juego. No hay amor. No hay pérdida de los sentidos. No se otorgan concepciones. No hay química. Señales que evitan los accidentes, o que tomemos una maleta y nos larguemos al fin del planeta. Créeme, lo aprendí el primer día que llegué aquí.
He destilado entonces la percepción de mis emociones. Comprendido que no me quieres más allá de darte consejos de vida (que no comprendes), palmadas en la espalda por un trabajo bien hecho o compartir entre copas las travesuras de tu corazón. Una amistad que evoluciona al trato familiar de dos personas que no son de la misma sangre. A través de los cambios de las corrientes de aire que recorren las montañas de China, me he despojado de los tapujos, para decirte con propiedad que ya tengo suficientes amigos, y que mis deseos nos llevan a la cama para arrugar sábanas. Yo preparándote el desayuno, y siempre que pueda, corriendo a besarte cuando empiece la lluvia. Sí, cumpliendo esos clichés de literatura que nos dan esas sonrisas idiotas de por vida. Tuve que identificar ante una estatua de Buda, que no estoy dispuesto a soportar más decepciones, porque ante la juventud que me acompaña, no vale la pena perder tiempo en callejones sin salida.
Sí, todavía te extraño. Sí, me acuerdo de los roces de tu mano sobre mi pierna. De los vaivenes de tu pelo por la brisa de verano. Y de esa sonrisa que me acompañó en los viajes que hice para conocerte. Pero no más. Vuelvo al país con la decisión firme de pactar con el futuro. De hacer un trato con la soledad. Donde ambas partes puedan coexistir sin la necesidad de abrir muchas botellas de vino. De no conformarme con felicidades efímeras, que lo único que hacen es agregar parches a mi cerebro. Saber que los humanos somos valiosos, cuando sabemos apreciar nuestra personalidad y defenderla de los corazones mezquinos. Sí, aún te extraño, pero no volveré a tomar un avión para olvidarte. Me quedo en los límites de la cordura, y dejaré que la locura se escape, cuando sea la hora de corresponder los sentimientos adecuados.
No, no me volví un robot, y mucho menos un desalmado. Pienso que las cosas se me presentan con mayor claridad, y he adoptado el lema: “vive y deja vivir”. Donde usted podrá ser feliz, sin la necesidad de robarme horas de sueños, palabras de aliento y días de camino. Empiezo por decirle a mi consciencia que se quede tranquila, y a mi alma que deje el sufrimiento. La vida no se determina por los “no te quiero”, sino por los “yo sí puedo”. Es por eso que partimos en igualdad de posiciones, donde yo sé que causé impacto en tu mirada, como usted en la mía. Vamos entonces a ser felices, a jugar con el destino, y por sobre todo, a contemplar las noches de luna llena, sin preguntarnos dónde estarás y por qué no estás a mi lado. Preguntas a las que sabemos respuestas, pero no salen de nuestro cronograma de ilusiones.
Jefferson Díaz.
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