Crónica de un estopero
Una de las escenas que siempre recuerdo, es la de apertura en Amadeus. De cómo Salieri atormentado por sus demonios, se culpa de la muerte de Mozart. Al fondo, con la potencia de cien soles, suena Requiem. La composición inconclusa de un prodigio de la música, que mantuvo una pasión sostenida por su talento. Mozart es, y seguirá siendo, un símbolo de lo que el hombre puede lograr siguiendo sus instintos. Y es que la música llena el alma, es una de las tantas maneras en que nos comunicamos con Dios. Para los que no poseemos el don, nos toca disfrutar, maravillarnos con los milagros acompasados que salen de las guitarras, baterías, teclados y voces que se conectan con lo más simple de nuestro ser. Personificamos a Zeus en la tierra, y subimos al Olimpo, para deleitarnos con las caricias de las Musas, protectoras de las artes.
Más allá de lo barroco de estas líneas, soy fiel partidario que sin el arte el hombre no podría sobrevivir. Somos esclavos de nuestros deseos, y los expresamos a través de las más simples formas. Pintura, escultura, escritura, música, teatro, cine, poesía; las siete artes unidas para el desarrollo de una sociedad que se ha perdido entre la tecnología y la inmediatez. Usted no podrá apreciar un libro, pero se desvive por la novena de Beethoven o un “Imagine” sonando a todo volumen. Honrando al gran Lennon. Observando las pinceladas de un Pollock, o la ergonometría que nos plantea Picasso en su Guernica. Elementos que ni siquiera la mente más distanciada de lo artístico, puede obviar. Nosotros somos los constructores de nuestro conocimiento, y quedará en nuestras manos, labrar el camino correcto. Recorriendo los laberintos que custodian los éxitos pasados, presentes y futuros. La humanidad sumida entre lo majestuosos y la barbarie.
¿Cuál es el punto? ¿Dónde se une el camino? Pues, siempre he tratado de ser muy ecléctico con los gustos musicales. Mi literatura abarca desde Platón hasta Urbe Bikini. Sin olvidar que disfruto la obra de Edvard Munch, hasta los trazos de Cabré. El mundo es una bandeja que ofrece frutos de virtud y espíritu. No seamos girasoles que se marchitan con el atardecer, mantengamos los pistilos a máxima energía, captando la esencia de un aire lleno de oportunidades. Esas puertas que se abren en los espacios menos esperados. Como la puerta de tu edificio.
Tenía trece años, y la comunidad donde vivía se destacaba por recordar la Caracas de antaño, donde la cuadra se reunía los viernes y sábados por la noche para compartir, chismosear, jugar las partiditas de dominó y escuchar música. ¡Oh la música! Por lo general ese espacio se dividía entre los horarios que dan las responsabilidades: los más chamos a las 6 pm debían subir. Los no tan chamos, seguían hasta las barreras que coloca la noche. Fue en ese momento, por las paredes de mi cuarto y las columnas del edificio, que se coló la Estopa de nuestras vidas. Nunca he sido partidario de los fanatismos, y mucho menos de las “fans enamoradas”. Creo que la personalidad se define mediante tus logros personales, y no emulando los de otros. Sin embargo, existen ciertas voces que llegan a las masas, y dejan mensajes encriptados en nuestro subconsciente. Entre los humanos, sabemos reconocer los que son parecidos a nosotros.
Una rumbita, un flamenquito, una raja de tu falda y por qué no, un vino tinto. Se vuelven parte de un transitar diario. Son tonadas que hacen feliz a la gente, y poseen poderes enigmáticos sobre los seres humanos. Comprendemos que sin la música, todo sería más gris y solitario. Admito que me eché mi primer guayabo con “tan solo”, mi primera borrachera con “nasío pa’ la alegría” y dediqué sin tapujos “tragicomedia” a uno de los amores de mi vida. Parte de mi soundtrack suena a cajón, guitarra y castañuelas. Nace entonces la oportunidad que dan las redes sociales, la inmediatez que te permite el internet, y lo promisorio que resulta la comunicación vía Web. Con las energías de trabajar porque Cataluña estuviera más cerca de mi país, nació “Estopa en Venezuela”.
Hay que admitir que desde un principio, el proceso fue lento y algo tedioso. Como todo en este mundo, las máquinas sociales deben ser muy bien engranadas para que den los resultados deseados. Poco a poco se fueron construyendo las bases de un grupo que se ha transformado en la curiosidad de miles (para ser exacto, un par de miles) Y es que la música une corazones, forja amistades y mantiene el alma en movimiento. Con el olor a tapas, y el retorno de la Madre Patria, se instalaron las presentaciones nacionales. Es justo mencionar que nada en nuestro recorrer, es como lo pintan en las novelas románticas. Siempre hay que mantener los pies sobre la tierra, y reconocer que muchas cosas no son lo que parecen, sin embargo se mantiene lo esencial, la trama de todo este cuento: la música. Ese par de horas que trasladan los sentidos al nirvana, que activan las hormonas de recreación y nos hacen olvidar los problemas por un pequeño momento. Desde la primera nota que suena, hasta que se hace la despedida. Viajamos a otra dimensión, donde las calles están compuestas por arpegios y las carreteras danzan al ritmo de la tonada.
Si bien Mozart se murió hace tiempo, el sentimiento sigue siendo el mismo. Pasa por un “perreo”, un vallenato, una ópera, un merenguito o el punk rock. La música evoluciona para seguir consintiendo nuestros placeres, y mostrarnos los altibajos de la realidad.
Jefferson Díaz.
Más allá de lo barroco de estas líneas, soy fiel partidario que sin el arte el hombre no podría sobrevivir. Somos esclavos de nuestros deseos, y los expresamos a través de las más simples formas. Pintura, escultura, escritura, música, teatro, cine, poesía; las siete artes unidas para el desarrollo de una sociedad que se ha perdido entre la tecnología y la inmediatez. Usted no podrá apreciar un libro, pero se desvive por la novena de Beethoven o un “Imagine” sonando a todo volumen. Honrando al gran Lennon. Observando las pinceladas de un Pollock, o la ergonometría que nos plantea Picasso en su Guernica. Elementos que ni siquiera la mente más distanciada de lo artístico, puede obviar. Nosotros somos los constructores de nuestro conocimiento, y quedará en nuestras manos, labrar el camino correcto. Recorriendo los laberintos que custodian los éxitos pasados, presentes y futuros. La humanidad sumida entre lo majestuosos y la barbarie.
¿Cuál es el punto? ¿Dónde se une el camino? Pues, siempre he tratado de ser muy ecléctico con los gustos musicales. Mi literatura abarca desde Platón hasta Urbe Bikini. Sin olvidar que disfruto la obra de Edvard Munch, hasta los trazos de Cabré. El mundo es una bandeja que ofrece frutos de virtud y espíritu. No seamos girasoles que se marchitan con el atardecer, mantengamos los pistilos a máxima energía, captando la esencia de un aire lleno de oportunidades. Esas puertas que se abren en los espacios menos esperados. Como la puerta de tu edificio.
Tenía trece años, y la comunidad donde vivía se destacaba por recordar la Caracas de antaño, donde la cuadra se reunía los viernes y sábados por la noche para compartir, chismosear, jugar las partiditas de dominó y escuchar música. ¡Oh la música! Por lo general ese espacio se dividía entre los horarios que dan las responsabilidades: los más chamos a las 6 pm debían subir. Los no tan chamos, seguían hasta las barreras que coloca la noche. Fue en ese momento, por las paredes de mi cuarto y las columnas del edificio, que se coló la Estopa de nuestras vidas. Nunca he sido partidario de los fanatismos, y mucho menos de las “fans enamoradas”. Creo que la personalidad se define mediante tus logros personales, y no emulando los de otros. Sin embargo, existen ciertas voces que llegan a las masas, y dejan mensajes encriptados en nuestro subconsciente. Entre los humanos, sabemos reconocer los que son parecidos a nosotros.
Una rumbita, un flamenquito, una raja de tu falda y por qué no, un vino tinto. Se vuelven parte de un transitar diario. Son tonadas que hacen feliz a la gente, y poseen poderes enigmáticos sobre los seres humanos. Comprendemos que sin la música, todo sería más gris y solitario. Admito que me eché mi primer guayabo con “tan solo”, mi primera borrachera con “nasío pa’ la alegría” y dediqué sin tapujos “tragicomedia” a uno de los amores de mi vida. Parte de mi soundtrack suena a cajón, guitarra y castañuelas. Nace entonces la oportunidad que dan las redes sociales, la inmediatez que te permite el internet, y lo promisorio que resulta la comunicación vía Web. Con las energías de trabajar porque Cataluña estuviera más cerca de mi país, nació “Estopa en Venezuela”.
Hay que admitir que desde un principio, el proceso fue lento y algo tedioso. Como todo en este mundo, las máquinas sociales deben ser muy bien engranadas para que den los resultados deseados. Poco a poco se fueron construyendo las bases de un grupo que se ha transformado en la curiosidad de miles (para ser exacto, un par de miles) Y es que la música une corazones, forja amistades y mantiene el alma en movimiento. Con el olor a tapas, y el retorno de la Madre Patria, se instalaron las presentaciones nacionales. Es justo mencionar que nada en nuestro recorrer, es como lo pintan en las novelas románticas. Siempre hay que mantener los pies sobre la tierra, y reconocer que muchas cosas no son lo que parecen, sin embargo se mantiene lo esencial, la trama de todo este cuento: la música. Ese par de horas que trasladan los sentidos al nirvana, que activan las hormonas de recreación y nos hacen olvidar los problemas por un pequeño momento. Desde la primera nota que suena, hasta que se hace la despedida. Viajamos a otra dimensión, donde las calles están compuestas por arpegios y las carreteras danzan al ritmo de la tonada.
Si bien Mozart se murió hace tiempo, el sentimiento sigue siendo el mismo. Pasa por un “perreo”, un vallenato, una ópera, un merenguito o el punk rock. La música evoluciona para seguir consintiendo nuestros placeres, y mostrarnos los altibajos de la realidad.
Jefferson Díaz.
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