Hablemos de Periodismo
Un viejito saca su silla debajo del escritorio, conecta la máquina de escribir y enciende un cigarrillo. Son las dos y media de la mañana, y las ganas de escribir pueden más que el sueño. Bocanada a bocanada, salen las ideas de lo que será su reportaje. Con el clic, clac de las teclas y el repiqueteo de la cinta transportadora, se sumerge en el oficio del periodista. Sí, el mejor oficio del mundo. El que te da batallas para luchar, éxitos que disfrutar y muchos dolores de cabeza. Algo que se hace por vocación, o no se hace.
Han pasado varios días desde que en Venezuela se celebró el día del Periodista. Desconectado, entre comillas y subrayado, del acontecer nacional. No tuve chance de escribir acerca del camino que he tomado y de lo que significa ejercer esta profesión en nuestro país. Y es que son muchas las versionas y divergencias que han surgido alrededor de la noticia. Entorno a lo que significa decir la verdad y construir los eventos que acontecen día a día. Es a través de las experiencias, que uno va forjando una idea de lo que se hace dentro de la redacción de un periódico, del canal de televisión y en las cabinas de transmisión. Así, desnudaremos el misticismo que rodea a los mal llamados comunicadores sociales.
Primero, todos somos comunicadores sociales. Es algo innato en el ser humano. Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, estamos comunicando ideas, transmitiendo acontecimientos y narrando historias. Es parte de nuestro ser. Sin embargo, somos nosotros, los “profesionales”, los que sabemos interpretar esos códigos y símbolos, para plasmarlos en papel o en video. ¿Por qué coloco entre comillas la palabra profesionales? Porque más allá del título que nos dan en la universidad, el profesionalismo de un periodista viene ligado con respetar ciertas normas y compromisos que se van adquiriendo en el trabajo. No me malinterpreten, es de suma importancia lo que se aprende en el aula, pero la sustancia de la noticia se adquiere cuando sales a la calle a buscar la información.
No, no estoy sermoneando a nadie. Apenas son dos años frente a una diagramación en blanco, que se tiene que llenar antes de las cinco de la tarde. Sin embargo, y por este motivo, he descuidado ciertos aspectos académicos. La enseñanza ha sido tan nutritiva como la de un recién nacido cuando se alimenta de la teta de la madre. Bonita imagen ¿o no? Son esas situaciones, donde tienes que mojarte de pies a cabeza para cubrir los destrozos que dejaron las lluvias, armarte de valor para no devolver el desayuno cuando vas a la morgue o convertirte en el mejor diplomático de todos, cuando los políticos te mienten descaradamente, por las que elegí hacer lo que hago. Claro, hay ciertos aspectos que vienen ligados con el título de periodista. Me acuerdo de una profesora en quinto semestre que nos decía que nosotros siempre seremos buscados para conseguir información. Obvio, pero ¿por qué? Porque tenemos conocimiento de todo. Bueno, yo no inventé el juego Reto al Conocimiento o ¿Quién quiere ser millonario? para saberlo todo. Sin embargo, hay una verdad muy grande dentro de esa afirmación. Nunca, y quiero decir nunca, un periodista debe estar desprevenido a lo que pasa en su entorno.
También está el asunto del poder. Ese poder que tanto atrae a las personas, las seduce y las lleva a comete actos que precisamente, no están avalados por el Código de Ética del Periodismo Venezolano. Son esas tentaciones por cambiar una frase, disfrazar una oración, desviar la atención de un párrafo o hacerse de la vista gorda ante una fuente confiable. ¿Para qué? Para ser los primeros en recibir nuestra cuota de poder cuando se empiecen a pagar los favores recibidos. Si es que alguna vez se pagan.
Nuestro bolígrafo es la mayor arma en una sociedad que a gritos está buscando algo o alguien que los guíe. Es por eso que en cada palabra que sale de nuestro computador, va una carga de energía capaz de resolver un problema o hacerlo más grande.
Dentro del periodismo hay lugar para todo: egocentrismos, corrupción, mentiras, intereses, malicia y unos cuantos calificativos que no son parte del premio a la persona más simpática. Es por eso, y con pies ligeros como pluma pero dedos afilados como aguijones de abeja (muchas gracias por eso Cassius Clay) que la noticia debe transformarse en un agente de cambio. No en un simple método de lleva y trae de la información. Qué en cada uno de nuestros escritos esté la carga suficiente como para mover los cimientos de nuestro entorno. Pasar del periodismo de denuncias, al periodismo de investigación. Bien lo decía Ryszard Kapuscinsk: “los cínicos no sirven para este oficio”, así que a agarrar baterías nuevas y dejar de ser agentes pasivos. Es cierto que una persona no hace la diferencia, pero una persona sí puede desencadenar el efecto dómino hacia la meta buscada.
Por mi parte, aún me falta caer del nido. Conseguir esa licenciatura que me abra las puertas a una colegiatura, a pelear en un sindicato (yo y mis peleas) y a ejercer en Caracas. En mi ciudad. A descubrirla como debe ser. A saber diferenciar los factores de poder, que manejan los hilos del periodismo nacional. A reconocer las habilidades de los colegas y de los que sólo buscan construir una reputación a base de “favorcitos”. A tener de mantra que lo único que importa en esta vida es mi nombre. Sí, mi nombre será la carta de presentación cuando dentro de muchos años sea como ese viejito, en mi casa, encendiendo la máquina de escribir (a la vieja escuela) y plasme la sabiduría que te da saber que has hecho un buen trabajo.
Jefferson Díaz
Han pasado varios días desde que en Venezuela se celebró el día del Periodista. Desconectado, entre comillas y subrayado, del acontecer nacional. No tuve chance de escribir acerca del camino que he tomado y de lo que significa ejercer esta profesión en nuestro país. Y es que son muchas las versionas y divergencias que han surgido alrededor de la noticia. Entorno a lo que significa decir la verdad y construir los eventos que acontecen día a día. Es a través de las experiencias, que uno va forjando una idea de lo que se hace dentro de la redacción de un periódico, del canal de televisión y en las cabinas de transmisión. Así, desnudaremos el misticismo que rodea a los mal llamados comunicadores sociales.
Primero, todos somos comunicadores sociales. Es algo innato en el ser humano. Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, estamos comunicando ideas, transmitiendo acontecimientos y narrando historias. Es parte de nuestro ser. Sin embargo, somos nosotros, los “profesionales”, los que sabemos interpretar esos códigos y símbolos, para plasmarlos en papel o en video. ¿Por qué coloco entre comillas la palabra profesionales? Porque más allá del título que nos dan en la universidad, el profesionalismo de un periodista viene ligado con respetar ciertas normas y compromisos que se van adquiriendo en el trabajo. No me malinterpreten, es de suma importancia lo que se aprende en el aula, pero la sustancia de la noticia se adquiere cuando sales a la calle a buscar la información.
No, no estoy sermoneando a nadie. Apenas son dos años frente a una diagramación en blanco, que se tiene que llenar antes de las cinco de la tarde. Sin embargo, y por este motivo, he descuidado ciertos aspectos académicos. La enseñanza ha sido tan nutritiva como la de un recién nacido cuando se alimenta de la teta de la madre. Bonita imagen ¿o no? Son esas situaciones, donde tienes que mojarte de pies a cabeza para cubrir los destrozos que dejaron las lluvias, armarte de valor para no devolver el desayuno cuando vas a la morgue o convertirte en el mejor diplomático de todos, cuando los políticos te mienten descaradamente, por las que elegí hacer lo que hago. Claro, hay ciertos aspectos que vienen ligados con el título de periodista. Me acuerdo de una profesora en quinto semestre que nos decía que nosotros siempre seremos buscados para conseguir información. Obvio, pero ¿por qué? Porque tenemos conocimiento de todo. Bueno, yo no inventé el juego Reto al Conocimiento o ¿Quién quiere ser millonario? para saberlo todo. Sin embargo, hay una verdad muy grande dentro de esa afirmación. Nunca, y quiero decir nunca, un periodista debe estar desprevenido a lo que pasa en su entorno.
También está el asunto del poder. Ese poder que tanto atrae a las personas, las seduce y las lleva a comete actos que precisamente, no están avalados por el Código de Ética del Periodismo Venezolano. Son esas tentaciones por cambiar una frase, disfrazar una oración, desviar la atención de un párrafo o hacerse de la vista gorda ante una fuente confiable. ¿Para qué? Para ser los primeros en recibir nuestra cuota de poder cuando se empiecen a pagar los favores recibidos. Si es que alguna vez se pagan.
Nuestro bolígrafo es la mayor arma en una sociedad que a gritos está buscando algo o alguien que los guíe. Es por eso que en cada palabra que sale de nuestro computador, va una carga de energía capaz de resolver un problema o hacerlo más grande.
Dentro del periodismo hay lugar para todo: egocentrismos, corrupción, mentiras, intereses, malicia y unos cuantos calificativos que no son parte del premio a la persona más simpática. Es por eso, y con pies ligeros como pluma pero dedos afilados como aguijones de abeja (muchas gracias por eso Cassius Clay) que la noticia debe transformarse en un agente de cambio. No en un simple método de lleva y trae de la información. Qué en cada uno de nuestros escritos esté la carga suficiente como para mover los cimientos de nuestro entorno. Pasar del periodismo de denuncias, al periodismo de investigación. Bien lo decía Ryszard Kapuscinsk: “los cínicos no sirven para este oficio”, así que a agarrar baterías nuevas y dejar de ser agentes pasivos. Es cierto que una persona no hace la diferencia, pero una persona sí puede desencadenar el efecto dómino hacia la meta buscada.
Por mi parte, aún me falta caer del nido. Conseguir esa licenciatura que me abra las puertas a una colegiatura, a pelear en un sindicato (yo y mis peleas) y a ejercer en Caracas. En mi ciudad. A descubrirla como debe ser. A saber diferenciar los factores de poder, que manejan los hilos del periodismo nacional. A reconocer las habilidades de los colegas y de los que sólo buscan construir una reputación a base de “favorcitos”. A tener de mantra que lo único que importa en esta vida es mi nombre. Sí, mi nombre será la carta de presentación cuando dentro de muchos años sea como ese viejito, en mi casa, encendiendo la máquina de escribir (a la vieja escuela) y plasme la sabiduría que te da saber que has hecho un buen trabajo.
Jefferson Díaz
No hay comentarios.:
Publicar un comentario