Un Click
¿Qué buscamos? Un click. Sí, no estás leyendo mal. Un click.
Ese sonido que nos anuncia que todo cayó en su lugar, la onomatopeya monosílaba que eleva las sensaciones y nos hace caer en el trance de lo real. Un solo click. Son estos momentos los que definen nuestras vidas, las circunstancias que no deben ser confundidas con epifanías. Un click que te refleje el camino correcto ¿Lo has sentido? ¿Todavía lo buscas? Los reconocemos por las virtudes que nos ofrecen: no desilusionarnos por la decisión tomada, el valor que nos dan y la persistencia que nos brindan, para mantener la calma por un buen tiempo. Sí, lo repito de nuevo, un click.
Imagina, cierra los ojos y escucha el click de tu vida. Cuando sabes con certeza que todo va bien, cuando tus dudas no tienen la fortaleza para destruir los pilares de tu determinación, cuando tu locura no se refiere al significado de esa palabra, sino a la acción de vivir. Ese click que te demuestra lo valioso que eres y lo importante que son tus actitudes hacia tus semejantes. Como el canto de un reloj de cuerda. ¡Click! ¡Click! ¡Click! ¡Click! Pasan las horas y debes reconocer tus fortalezas y debilidades, para sortear los silencios predeterminados de la sociedad. No, no es autoayuda. Tampoco ZEN, y mucho menos flores de Bach. Es tomar las riendas de tus pensamientos, dejarte llevar por los instintos y recordar que por ser regentes del mundo, no somos únicos.
Todo click tiene un propósito, aunque al principio suene bien y después te recuerde lo malo. Pensar en lo positivo tiene sus ventajas, pero es de sabios pensar en lo negativo y aprender de eso. Debilitar nuestra capacidad de sorpresa ante situaciones que se pudieron preveer con lógica. Confiar que tener “un millón de amigos” no significa contar con ellos. Como dice el dicho: “en la cárcel y en la enfermedad los reconocerás”, allí los click son más intensos y con mayor determinación. Yo le digo click ¿cómo lo llamas tú? “Se te prendió un bombillo” “Te vino una idea” “Un deja vu” “Un no se qué” como decidas llamarlo, son nuestras entrañas hablando, ese sentido de protección natural que olvidamos a lo largo de los años.
Como el click al martillar un revólver. El click del encendedor. El click cuando le colocas la tapita al control remoto. Sí, ése sonido. Refrescando tus ideas, gritando a los cuatro vientos: “no estás perdido” La ayuda que te hace parar de la cama, olvidar los entuertos de la vida, y recargar las baterías para llegar al final de la carrera. Porque eso es todo, una simple carrera. De resistencia. De obstáculos. Determinada por el ¡click! ¡click! ¡click! del cronómetro. Son también los pasos de los fantasmas de la mediocridad, de la falta de conclusión. Golpes secos que nos rescatan del limbo. Reconoce las señales del amor, aprende de los click del corazón. Esos que te hacen lanzar sin paracaídas al vacío, y te guían a través de lo que es o no es. No debes menospreciar tu voz a la hora de querer. No dejes que tus inseguridades tomen lo mejor de ti. Sí quieres, hazlo. Si amas, hazlo. Si te abofetean, que sea primera y última. El que controla los click de la vida, controla su destino.
El punto es marcar tu propio ritmo. Determinar tus pasos. Para luego, encontrar el ritmo que compagine contigo. Y así formar la sinfonía de la familia. Una bien engranada máquina, que tendrá el mantenimiento adecuado para subsistir. Conoce lo que eres, comprende tu mentalidad, aprende de lo que estás dispuesto hacer y por sobre todo, sé sincero. Es difícil, lo sabemos, pero hay que intentarlo, por el bien de todos. Esto es una declaración de principios. El manifiesto del click. Así como Botero tuvo a sus gordas, Beethoven su sordera y la Bestia su flor. Yo tengo mi click. Un principio irresoluto y primario. Enamorado de la realidad, y en negociaciones de paz con los sueños. Una energía que fluye de los pies a la cabeza. De lo irracional a lo racional. Del plomo al oro. Es la alquimia que nunca nos enseñaron, y que transforma los tres elementos. Con eso regreso a la música interna, escuchando sin cesar a Edith Piaf, mientras me como una arepa de queso e’ mano. Así es: la personalización de la vida.
Jefferson Diaz
Ese sonido que nos anuncia que todo cayó en su lugar, la onomatopeya monosílaba que eleva las sensaciones y nos hace caer en el trance de lo real. Un solo click. Son estos momentos los que definen nuestras vidas, las circunstancias que no deben ser confundidas con epifanías. Un click que te refleje el camino correcto ¿Lo has sentido? ¿Todavía lo buscas? Los reconocemos por las virtudes que nos ofrecen: no desilusionarnos por la decisión tomada, el valor que nos dan y la persistencia que nos brindan, para mantener la calma por un buen tiempo. Sí, lo repito de nuevo, un click.
Imagina, cierra los ojos y escucha el click de tu vida. Cuando sabes con certeza que todo va bien, cuando tus dudas no tienen la fortaleza para destruir los pilares de tu determinación, cuando tu locura no se refiere al significado de esa palabra, sino a la acción de vivir. Ese click que te demuestra lo valioso que eres y lo importante que son tus actitudes hacia tus semejantes. Como el canto de un reloj de cuerda. ¡Click! ¡Click! ¡Click! ¡Click! Pasan las horas y debes reconocer tus fortalezas y debilidades, para sortear los silencios predeterminados de la sociedad. No, no es autoayuda. Tampoco ZEN, y mucho menos flores de Bach. Es tomar las riendas de tus pensamientos, dejarte llevar por los instintos y recordar que por ser regentes del mundo, no somos únicos.
Todo click tiene un propósito, aunque al principio suene bien y después te recuerde lo malo. Pensar en lo positivo tiene sus ventajas, pero es de sabios pensar en lo negativo y aprender de eso. Debilitar nuestra capacidad de sorpresa ante situaciones que se pudieron preveer con lógica. Confiar que tener “un millón de amigos” no significa contar con ellos. Como dice el dicho: “en la cárcel y en la enfermedad los reconocerás”, allí los click son más intensos y con mayor determinación. Yo le digo click ¿cómo lo llamas tú? “Se te prendió un bombillo” “Te vino una idea” “Un deja vu” “Un no se qué” como decidas llamarlo, son nuestras entrañas hablando, ese sentido de protección natural que olvidamos a lo largo de los años.
Como el click al martillar un revólver. El click del encendedor. El click cuando le colocas la tapita al control remoto. Sí, ése sonido. Refrescando tus ideas, gritando a los cuatro vientos: “no estás perdido” La ayuda que te hace parar de la cama, olvidar los entuertos de la vida, y recargar las baterías para llegar al final de la carrera. Porque eso es todo, una simple carrera. De resistencia. De obstáculos. Determinada por el ¡click! ¡click! ¡click! del cronómetro. Son también los pasos de los fantasmas de la mediocridad, de la falta de conclusión. Golpes secos que nos rescatan del limbo. Reconoce las señales del amor, aprende de los click del corazón. Esos que te hacen lanzar sin paracaídas al vacío, y te guían a través de lo que es o no es. No debes menospreciar tu voz a la hora de querer. No dejes que tus inseguridades tomen lo mejor de ti. Sí quieres, hazlo. Si amas, hazlo. Si te abofetean, que sea primera y última. El que controla los click de la vida, controla su destino.
El punto es marcar tu propio ritmo. Determinar tus pasos. Para luego, encontrar el ritmo que compagine contigo. Y así formar la sinfonía de la familia. Una bien engranada máquina, que tendrá el mantenimiento adecuado para subsistir. Conoce lo que eres, comprende tu mentalidad, aprende de lo que estás dispuesto hacer y por sobre todo, sé sincero. Es difícil, lo sabemos, pero hay que intentarlo, por el bien de todos. Esto es una declaración de principios. El manifiesto del click. Así como Botero tuvo a sus gordas, Beethoven su sordera y la Bestia su flor. Yo tengo mi click. Un principio irresoluto y primario. Enamorado de la realidad, y en negociaciones de paz con los sueños. Una energía que fluye de los pies a la cabeza. De lo irracional a lo racional. Del plomo al oro. Es la alquimia que nunca nos enseñaron, y que transforma los tres elementos. Con eso regreso a la música interna, escuchando sin cesar a Edith Piaf, mientras me como una arepa de queso e’ mano. Así es: la personalización de la vida.
Jefferson Diaz
1 comentario:
Estamos siempre a un click de todo lo que anhelamos
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