DIAMANTES EN BRUTO
Venezuela es enorme. No, no he descubierto el agua tibia. Esto es un hecho básico, escolar si queremos enmarcarlo dentro de una definición. Por ser un territorio tan amplio, se podría asumir que sus aldeas urbanas, llamense ciudades, están distribuidas a lo largo y ancho del país. Logrando así, que los hacinamientos sean una sitación extraña para los caraqueños y venezolanos en general. Estableciendo una nación donde para pagar el teléfono, hacer mercado o inclusive comprar una entrada para ver una película en el cine, no se convierta en una tortura de más de sesenta minutos de mentadera de madres y comparaciones no muy amables acerca de ciertas partes reproductoras masculinas hacia los encargados de proveernos el servicio. Sí señores, Venezuela es grande de tierra, pero pequeña en conciencia.
No me quiero poner a dar lecciones de historia, todos sabemos que con el descubrimiento del petróleo, por allá a comienzos del siglo veinte, nuestro país agrícola se paso al bando de los chicos malos. La era de los hidrocarburos había llegado y la joven nación venezolana no quería perder ese bonche. Zumaque número uno, fue la señal de partida para que los agricultores fueran a buscar suerte en la ciudad, así que, primera parada: ¡Caracas!. Nuestro hermoso valle, rodeado por una cordillera montañosa, conocida como el Ávila; era para aquel entonces una ciudad pujante, con ganas de ser reconocida y de participar en el baile de debutantes. Con sus grandes barriles de petroleo escoltandola hasta el centro de la pista de baile de lo que sería el salón de fiestas de la Opep. Nos convertimos en la Venezuela Saudita, y nuestra capital tenía que ser la Alenjadría de la antiguedad, la Jerusalén antigua llena de gloria (antes de que el emperador Flavio Josefo la destruyera en el siglo 70), algo así como la Chicago de Obama pues.
Sí, claro que se vivía bien. Pero luego, después de años de pasarnos jugando ponle la cola al burro, nos quitamos la venda de los ojos y logramos observar nuestra realidad. Se necesitó un Caracazo, dos intentonas golpistas y un viernes negro para que bajaramos de esa nube del dólar a 4, 30 y vivieramos en carne propia lo que teniamos como país. Hoy en día, seguimos luchando por salir de ese sueño, ahora sin la venda en los ojos tratamos de soltarnos de las amarras de un proceso "revolucionario" que nos quiere devolver a esa época donde lo único que se comía era petróleo. Sí, Venezuela es grande. Somos enormes de corazón, de fuerza de voluntad, de coraje y por sobretodo de paz. Nuestra diversidad de paisajes naturales y maravillas ambientales nos hacen justicia a la diversidad de pensamientos que podemos llegar a tolerar.
Mientras tanto debemos aprender que en los modales y en el respeto está el progreso. Nuestra querida Caracas, una señora de edad moderada y que merece que la traten como una tazita de plata. Necesita que la quieran, que no la ensucien y que no la olviden. Somos más de tres millones y medio de caraqueños que viven en un espacio que va desde Propatria hasta Palo Verde, pasando por Antímano y El Valle. Sus sistemas de transporte público colapsaron hace rato, evidencia de esto son las enormes multitudes que convierten en tarea imposible entrar en el Metro a las cinco de la tarde. Sus calles agrietadas como el desierto, se quedaron con el auxilio en la boca esperando a que las repavimentaran. Caracas, está demacrada y merece un cariñito. ¿Por qué dejar entonces que se llene de basura y de propaganda electoral? ¿Por qué no usar nuestros cerebros y dedicarnos a publicitar por medios alternativos que no manchen nuestra capital? ¿Acaso no estamos en la era del Ipod?.
La ciudad de los techos rojos ya no aguanta más, porque ahora para rematar debe soportar con el enorme título de ser la capital más violenta del mundo. Señoras y Señores que vivimos en esta urbe: ¿será que olvidamos dónde vivimos?. Permitanme recordarles que las calles que pisamos a diario vieron pasar a los más ilustres heroes de América, que aquí se desarrollaron grandes artistas plásticos y excelentes escritores. Que aquí tenemos patrimonios culturales, jardínes escondidos y miles de historias que esperan por ser contadas. Todo esto es razón suficiente para terminar de pulir nuestro diamante en bruto. Ese pedazo de piedra preciosa en la que se ha convertido nuestra ciudad; puesto que debajo de capas y capas de ignorancia, suciedad y división se encuentra un lugar donde todos podemos vivir en paz.
No soy Tomás Moro, y esta no es mi Utopía. Tan solo son líneas que se necesitan escribir más a menudo. Son palabras que debemos recordar a diario, porque si uno hace la diferencia quizás muchos más sigan el ejemplo. Ese es el principal problema, mientras a mí no me irrespeten mi espacio y mis decisiones los demás que se vayan por el caño. Recordemos que la ciudad funciona como un todo, que somos un organismo vivo que comparte emociones, actitudes y por sobre todo los errores. Lo que me afecte en el Oeste me afectará en el Este. ¿O es qué tú crees que las barreras del dinero te protejerán de una Caracas furiosa?, no, las cosas no funcionan así. Nosotros Caraqueños de sangre y adoptados, sean bienvenidos a la nueva onda de proteger el espacio en donde vivimos.
El mensaje también va para las demás urbes, seamos la excelencia que nos hemos negado por mucho tiempo.
Jefferson.
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