Bipolar
Bipolar. 1. Adj. Que tiene dos polos.
Caracas se despertó como siempre, sin sutilezas. Dando la bienvenida al Sol, asomándose por la cara Este del Ávila. Preparando el clima para una mañana llena de ruidos de cornetas y transporte rebosante de gente. Se comenzaba a sentir el pegoste del calor, que a pesar de las duchas heladas y camisas de algodón, se impregnaba en la capacidad de trabajo de todos los caraqueños. De todas formas, él decidió llevarse un paraguas. Porque en esta ciudad caótica, llovía todas las tardes. El cambio climático había dejado de ser una realidad de documentales para convertirse en un compañero diario.
La rutina comenzaba con encender el televisor, sintonizar el canal de noticias, y buscar esperanzas en un país que desde hace rato perdió el rumbo. Se había acostumbrado a que los noticieros abrieran con sucesos y protestas. Era el entretenimiento de lo real, la aplicación de lo mediático para dar a conocer lo mal que estamos, pero sin ofrecer soluciones. Después tocaba el baño, a donde se iba arrastrando los pies en un apartamento muy solitario, y colosal, para un abogado. Lo bueno del divorcio es la percepción de un nuevo futuro, lo malo es que el pasado no te deja, y menos si sigues buscando un por qué a lo que salió mal. -¡Demonios!, no hay agua- Uno pensaría que en las zonas mejor acomodadas de la ciudad, los servicios son tan sólidos como las rocas, pero Caracas se burla de sus habitantes, y de vez en cuando los invita a bañarse con tobitos.
¿Qué tocaba hacer hoy? Ir a la oficina, después a los tribunales, revisar los expedientes, lidiar con los clientes, jueces, escabinos y toda esa fauna que invade al sistema judicial. Todo perdía valor cuando recordaba la familia que se le había escapado. Desde hace dos años que sus dos hijos y ex esposa -qué radical suena ese adjetivo "ex", como si algo en esta vida pudiera ser "ex"- vivían en otro país. Lo que le tocaba eran llamadas cada dos semanas para ver cómo estaban. Contactos que con el pasar del tiempo habían evolucionado a cada dos días, cada semana y ahora a 15 días. En Latinoamérica, por excelencia, el rol de papá ha quedado relegado a una función de segundo grado, o si no, que lo digan las miles de madres solteras. Un trabajo que no ha logrado recuperar la gloria del pasado. Ahora, en esta situación, lamentaba la decisión de romper una monogamía que impone el sacramento del matrimonio. Para los católicos, y sociedades occidentales, está muy mal visto lo de "montar cachos", porque no reconocemos que como mamíferos es muy difícil eso de "hasta que la muerte nos separe". Pero bueno, quién es el escritor para criticar las bases de nuestro comportamiento. Sin embargo, para nuestro abogado, el corazón se dividió entre dos mujeres, con el peor de los resultados: NADA.
Llegaba a casa, hace tres años, y sentía el calor de la familia. El abrazo de los hijos y la candidez de su esposa. Una fotografía perfecta de lo que sería la familia en nuestros sueños. Ambos trabajaban, ella como médico residente en el hospital Domingo Luciani. Lo que pasa es que el deseo, y el cariño son transformados por la rutina. Por eso, puedes amar pero dividido entre sentimientos. Lo que tocaba ahora era rehacer la vida, no dejarse engañar por el futuro y velar por el cuidado de los hijos. Lllegaba la tarde entonces, y se asomaban las primeras nubes anunciando el aguacero. Irónicamente, era su parte favorita del día. Sonreía cuando caían las primeras gotas en su rostro. Sentía que la lluvia es una manera de la naturaleza para limpiar lo malo que está en nuestro mundo. Deja tristeza, pero renovación en los brotes verdes que aparcer a lo largo de la urbe.
Buscaba la quietud de la plaza, rodeada de carros amontonados en las vías, semáforos dañados, y vendedores ambulantes. Ahí, en su mundo, sentía empaparse el alma y deslastrarse de la soledad. Su traje, el maletín y los zapatos de cuero se mojaban, pero no pesaban más que el dolor de tener que comenzar a labrar un camino desconocido. La lluvia le daba fuerzas para continuar. Así caminando hasta el metro, goteando las calles, no le importaba la mirada inquisitiva de la gente. Se sentía un hombre que reconocía sus errores, y aprendía de los sucedido. Qué no sería la primera vez que enfrentaría al machismo y feminismo de una sociedad bipolar. Qué aún quedaban muchas batallas por luchar. Pero un minuto antes de entrar al subterráneo, decidió tomar un taxi. Caracas no tiene muchos miradores, principalmente porque los que hay, tienen reputación de moteles de baja monta en horas de la noche, venta de sustancias que hacen volar a los débiles y nido de inseguridad. Sin embargo, nada de eso valía a un cuarto para las seis de la tarde. Se sentó en el piso, encendió un cigarrillo y vio como el sol se alejaba. Inundó su pecho con energía renovada, para pasar el día por día, de una vida que se pintaba difícil.
Después resolvería como volver a casa.
Jefferson.