miércoles, enero 19, 2011

Coro


Salir del trabajo emprendía una tarea titánica. Agarrar el metro, hacer dos transferencias en hora pico para después, tomar el bus que lo dejaría frente a su casa. Quizá por eso se disponía viajar, salir de esa ciudad que se ha convertido en un extraño individuo para él. Reconocer que Caracas no es toda Venezuela, y que más allá del Ávila existe un territorio que vale la pena explorar. Sin embargo, como buen citadino, las cosas quedaron para última hora: ducha, maleta, pasajes y ruta se amontonaban en su cerebro mientras pretendía ser corredor de pista y llegar a tiempo al terminal. Por poco lo deja el autobús que le enseñaría la verdadera independencia.

Primera parada. Una arepera, después de tres horas y media de camino. Viajaba de noche, porque cuando se hace sin sol, uno puede pretender que duermes en un lugar y despiertas en otro. La perfecta metáfora de una transmutación espiritual. Pero volviendo al caso, era una arepera en medio de la nada. Pareciera que en el monte venezolano siempre están estos establecimientos donde los personajes son verdaderos muertos vivientes. Con esa expresión enajenada en el rostro, preguntándose de dónde vendrás y cuál será tú destino. Al llegar todo huele a cloro, smog y un tufillo que es mejor obviar los alimentos y optar por un buen Doritos con Coca Cola. Son esas areperas que aparecen cuando los pasajeros llegan y desaparecen sin dejar rastro. Hablando de terror.

Llegar a nuevos destinos siempre eleva el instinto de supervivencia. Nos disponemos como halcones a explorar el terreno, y no dejar que noten nuestra pinta de perdidos. Con el tantra de “no me roban en Caracas, y me van a venir a joder aquí”, superamos algunos obstáculos. Sin embargo, lo que tú pienses no le importa a Venezuela, da lo mismo que sea de Hong Kong o Mucuchíes. El ambiente era ligero, con ciertos toques de brisa que recuerdan lo bien que se siente respirar sin contaminación. No había cornetas a las seis de la mañana, ni guacamayas frente a tu ventana peleando por el último fruto. Sólo un terminal a medio llenar, y la premura de encontrar un taxi para conocer al destino.

La dualidad de Coro es increíble. Por un momento sientes que estás en plena lucha de Independencia, recorriendo las calles empedradas de una ciudad que cocinó mucha de la historia venezolana, y por otro lado entras de lleno a un socialismo, que ha dejado de querer a una de las joyas de nuestro país. Catedrales, monumentos, arte y árboles muy frondosos, comparten espacios con motos, viviendas semi derruidas, congestión vehicular y alcantarillas a medio terminar. Una realidad que parece cubrir cada rincón de esta pequeña Venecia. Pero lo importante del asunto, es lo que haces con el tiempo que estés fuera de tu zona de confort.

Mucho tiempo me había tomado escribir esta crónica, y como uno a veces es esclavo de lo que calla, lo mejor es no dejar pasar las oportunidades en que la ganas de escribir te pegan con fuerza. Viajar a esa ciudad significó varios puntos de no retorno para un camino que aún está forjándose. Acumulo una cantidad de recuerdos que sirven de gasolina, para encontrar las fuerzas del futuro. Y mientras yacía sentado sobre un banco, en alguna plaza falconiana, comiendo chupeta y mirando el cielo. Podía ver como el vaivén de las ramas, que constituyen el alma de un árbol, anunciaban que el ser humano es movimiento y como el viento debemos explorar más que nuestros propios sentimientos. Son enseñanzas que muy pocas veces se consiguen en una capital minada de cornetazos y política.

Mi saludo para los que se desarrollan en uno de los primeros asentamientos de Venezuela, en ese pedacito de tierra considerado por la Unesco como patrimonio de la humanidad, son novedades que pocos saben porque sinceramente no quieren saberlo. Son viajes que deben repetirse muchas veces, como una buena película, donde encuentras detalles cada vez que la retomas. Son experiencias que capacitan los sentidos y nos hacen madurar. Así, mientras caminas cuadras interminables para encontrar un cajero que sirva, y te repites, cual loco que habla solo por la calle: “esta vaina en Caracas no pasa”, se te olvida que en realidad sí pasa, sólo que ya te acostumbraste a vivir en un caos, y ahora estás en otro. Porque por mucha tranquilidad, siempre trasladaremos nuestros pesares en la maleta.

A menos que decidas quitarte la camisa, arremangarte los pantalones y lanzarte por la arena. Dejando que las caricias de unos medanos se lleven tus problemas.

Jefferson Díaz.