Ávila
Caracas se convirtió en el país de Fahrenheit 451. Sólo que aquí no se queman libros (todavía) sino qué se quema el Ávila. Montag se mudó a la capital venezolana, y aunque los bomberos lancen agua en vez de fuego, poco a poco la montaña se consume. Dejando sobre la ciudad una capa blanca de tristeza y frustración. Y es que los caraqueños nacemos bajo la protección del Ávila, los venezolanos respetamos esa cordillera con una vehemencia incalculable. ¿Qué sería de Caracas sin el Ávila? ¿Qué rumbo tendría ésta ciudad sin Sabas Nieves, Los Venados y el Pico Naiguatá? No hay panorama posible, que describa los sentimientos que ése lugar ha tatuado en el gentilicio de todos los que viven a sus pies.
Como un remanso de tranquilidad y reencuentro, el Ávila siempre ha estado allí para los caraqueños. Quiere a sus hijos, protegiendo la fauna de una ciudad que poco a poco sucumbe ante kilómetros y kilómetros de asfalto. Acoge a los que la dañan, construyendo ranchos en sus linderos. Como una amante incondicional nos muestra su lado amable sin retrecheras, ni peticiones. Bajo un contrato tácito, el Ávila cuida los sueños de miles de personas desde hace cientos de años. ¿Nuestra retribución? Escasa, muy poca. Apegados al progreso de una generación que no ve más allá de sus narices, lo ecológico y ambiental son dos palabras que están pérdidas en el diccionario del siglo XXI. Anudado a esto, la sequía global hace de las suyas. Colaborando con manos inescrupulosas, que sienten placer lanzando fósforos a un verde que ha sido testigo de triunfos y de fracasos.
El Ávila de Cabré, el Ávila de Ilan Chester, el Ávila de Alexander von Humboldt, arde sin compasión ante nuestras miradas ilusas, mostrando lo que no supimos valorar. Sin efecto quedaron aquellas gotas risibles que bañaron tus hojas por algunos días de marzo. Ahora, tu único líquido, es el que se bombea de los estómagos de hierro en los camiones que se lanzan a tu socorro. Y de los poros, de los voluntarios y bomberos, que sin descanso, procuran calmar tu dolor. Los habitantes de la Sultana del Ávila, esperan pacientes que las imágenes dantescas que iluminan la noche, se apaguen con la misma rapidez con que fueron encendidas. Hasta el corazón más duro, la personalidad más despreciable, y el comportamiento más apático, deben reconocer que la destrucción de un pulmón vegetal, representa la confirmación de que el progreso ciudadano ha caído en saco roto.
Por siempre serás mi Ávila. Ése es tu nombre, ése es el llamado al que responden tus primogénitos. Porque el “Guaraira-Repano” quedará para los libros escolares y las preguntas de concurso. En mi corazón, tú serás siempre: Ávila. Has forjado torsos, piernas, brazos y músculos ilocalizables, por tus senderos se ven las marcas de un pueblo que quiere superarse. Es por eso que tu identidad no se pierde, por más que lo intenten mediante decretos y malcriadeces, tú siempre será el Ávila. Entre oraciones y postales al exterior, observaremos el hotel en la cima, la cruz en la navidad y los nacientes de ríos que van “de Petare rumbo a La Pastora”. Es eso lo que te hace ser mil veces el Ávila.
Y desde aquí, desde estas cuatro paredes, con el dolor de cabeza que deja oler tus restos en el aire. Como un cadáver olvidado y en proceso de convertirse en polvo. Levanto mis pensamientos, te mando mis ideas y golpeo las teclas de mi computadora. ¡Al diablo Corpoelec! ¡Púdrete Hidrocapital! Para llenar el Gurí, dispersar la Calima (o calina) y rescatar al Ávila se necesitan voluntades, no imposiciones. Pensar en verde no significa perder tu libertad. Significa: MANTENERLA PARA TI Y TUS DESCENDIENTES.
Jefferson Díaz.