domingo, octubre 25, 2009

PAZ MUNDIAL


No sabía como comenzar éste escrito, al principio me inclinaba por una experiencia personal pero después volvía a la idea de lo académico. Llegue a un punto donde me incline a no escribir nada y pensar en un mejor tema. Pero es tan llamativo escribir sobre la esperanza, y a la vez tan difícil. Muchas ideas románticas se me venían a la cabeza; los humanos siempre hemos percibido la esperanza como un conjunto de conceptos donde el bien siempre triunfa sobre el mal, el príncipe rescata a su princesa, las guerras se resuelven con bonitas palabras y los asesinos no son criaturas horribles sino seres mal entendidos. Un conglomerado de pensamientos impuestos por la televisión, el cine y unos cuantos escritores. Me decanté al final, por la idea de que escribir acerca de la esperanza es poner los pies sobre la tierra y pensar en el pasado y futuro.

Nuestra historia mundial nos ha dado seres excepcionales, humanos que a pesar de todas las circunstancias adversas han logrado trazar un camino de entendimiento. No digo de felicidad, porque ese término no hay que usarlo a la ligera. Algunos que no podemos dejar de mencionar: Martín Luther King Jr, Gandhi, La Madre Teresa de Calcuta, Benazir Bhutto; localmente: José Gregorio Hernández, la Madre Candelaria de San José y los miles de héroes anónimos que día a día sobreviven en una Venezuela convulsionada. Son estos faros, encendidos en momentos de oscuridad, los que nos dejaron toneladas de conocimientos para afrontar lo que nos hace daño. Sus referencias todavía duran y pegan duro contra las paredes represivas que colocan nuestros semejantes.

¿Qué tienen en común? Pues, una vida que no puso las cosas fáciles. La sociedad ha evolucionado con un gen de violencia, es preciso estudiar nuestras batallas y reconocer que somos seres violentos por naturaleza. Ningún otro animal en el planeta Tierra tiene la habilidad para destruir tan masivamente, como lo hacemos nosotros. Nuestra razón, principal elemento que nos hace los seres dominantes de nuestro entorno, se ha guardado en un cajón cuyas paredes están hechas de intereses personales, beneficios económicos, luchas de clases y estupidez. Es así, que poco a poco vamos recogiendo las piezas de lo que hemos roto sin aprender la lección. Tropezamos con la misma piedra infinidad de veces. Son las personas que llevan un mensaje de esperanza, las que han comprendido que hay otro gen en nosotros: el gen del entendimiento. Que después de siete millones de años de haber aparecido el primer hombre en el planeta, hemos aprendido más cosas, además de perfeccionar nuestras técnicas de asesinato.

Muchas veces me río de la clasificación de Primer Mundo y Tercer Mundo, como si tener más o menos nos hace diferentes. Obviando las teorías políticas y económicas, porque no estoy escribiendo para defender un capitalismo o un supuesto socialismo, son estas mismas identificaciones las que colocan las trabas en el camino. Caminamos en una casa que tiene infinidad de cuartos, las naciones; y que están separados por paredes que no dejan pasar el sonido, evitando la comunicación. La sala podría ser la Organización de las Naciones Unidas (ONU), pero todavía estamos tratando de definir como la decoramos, sin estrenar muebles para sentarnos a conversar. Tenemos “líderes” que persiguen objetivos propios, para ellos la democracia quedó en segundo plano.

Ahora, ¿sabemos en realidad lo que es vivir en sociedad? El albatros es un ave que busca el bien de la bandada. Cuando un miembro de la misma no está cumpliendo con su trabajo, le dan un lapso de tiempo para que mejore, pasado ese intervalo y de no mejorar lo matan. Logrando así un equilibrio positivo para los miembros útiles del grupo. Es radical, es primitivo, no es humano. Su enemigo más peligroso es el hombre. Su hábitat se ha visto amenazado por los derrames de petróleo en las costas del mundo, las redes de pesca de arrastre y su caza en algunos países por considerar que ha sobrepoblados áreas donde hay viviendas humanas. No nos diferenciamos mucho del albatros, poco a poco hemos empezado a eliminar las especies que no nos parecen útiles, sino que las vemos como inquilinos de este mundo, o como fuentes de energía. Hemos caído en esa eliminación progresiva de animales para expandir nuestro terreno.

Lo mismo pasa con los humanos. Allí tenemos a Darfur, Ruanda, Costa de Marfil, El Salvador, Colombia, Tailandia, Indonesia, Palestina, Irak, Georgia, Corea del Norte y coloque usted su opción. Frentes de batalla donde se ha procedido a la eliminación de los humanos “débiles” y que no contribuyen con la humanidad. ¿Dónde quedó la esperanza? ¿Acaso la ONU ha brindado soluciones? Mis palabras están empañadas de desilusión y fracaso. En estos momentos es cuando recuerdo los discursos de mi madre donde me dice que deje de pensar en tantos pajaritos preñados y me ponga a producir. Triste pero cierto. ¿Qué puedo hacer por ellos? Nada, porque desde mi país las cosas no son color de rosa. En una ciudad como Caracas, donde en la morgue entran 80 cadáveres todos los fines de semana, es difícil pensar en la esperanza. Vivo diariamente en un frente de batalla. Mi trinchera es mi casa, y mi arma la paranoia; una herramienta que no me deja caminar tranquilo por la calle, que no me permite bajar la guardia y que me dice que todos los motorizados son ladrones potenciales. ¡Qué bendita manía con los prejuicios!

Mucha filosofía barata, como diría un amigo. Los venezolanos no vivimos, sobrevivimos. No producimos, almacenamos. No nos divertimos, vivimos el hoy y el ahora. Por eso decía al principio, que para hablar de esperanza hay que hablar de futuro. Muchos de mis amigos, por esta época, están recogiendo la cosecha de 5 años de estudio universitario. Como Licenciados de ésta República caribeña, salen al ruedo para empezar los estudios de la vida. Es cuando el futuro da una cachetada en la cara y nos dice: “marca los primeros pasos de tu camino”. Maletas hechas, destinos foráneos y muchos postgrados traducidos a Master, son los destinos cercanos de estos profesionales; el futuro parece que tiene las maletas hechas en nuestro país. No los culpo ¿quién podría? La juventud es así, abre el compás hasta que no da más.

Mis héroes, los que brindan mi esperanza son las personas que queden o que se van, mantienen un hilo de corazón con esa energía que los creo. Son los ojos de mi hermano de 2 años, que cada mañana llenos de lagañas me brindan un brillo de alegría y ganas de seguir partiendo a martillazos el muro que me rodea. Son los libros y la educación que me zarandea y me quita la pereza para obtener mi título. Es mi familia, que con su apoyo incondicional me da la fortaleza para luchar hasta que me canse. Son ustedes los que leen estas líneas, los que me dan pedazos del rompecabezas para desear el éxito. Un éxito que espero sea colectivo. Son estos momentos de reflexión, que me recuerdan que no soy un pendejo y que la astucia puede convivir con mis deseos romanticones de: Paz Mundial. ¡Salud!

Jefferson Díaz

martes, octubre 13, 2009

ESCOLAR


A finales de agosto, uno de los editores de esta revista me asignó la tarea de escribir una crónica acerca de mi paso por el colegio. Con el próximo inicio del año escolar, decidieron hacer el tema: “El regreso a clases”, como se hace todos los años. Me dio una semana para escribirla, de lo contrario la revista se imprimiría y mis palabras quedarían en el vacío; es por eso que armado de mucho café y refrescando mis recuerdos, una mañana (la previa a la fecha de entrega, como buen venezolano todo para el final) empecé a darle a las teclas del computador para terminar el trabajo. Puedo decir que mi idea principal es que pase 14 años en el mismo colegio, como muchos de mis compañeros de promoción, nunca nos mudamos de esa institución que ya tiene más de 60 años formando bachilleres en la avenida Fuerzas Armadas.

Es muy poco lo que puedo salvar de mis años en preescolar y primaria, principalmente porque en esa época uno es muy automático y menos analítico. A parte de unos cuantos incidentes menores con la disciplina inicial del colegio y el descubrimiento de la amistad, esta temporada no deja ningún material para adobar este relato. Es cuando se pisa bachillerato que empieza lo bueno. Para mí representaba un pasillo angosto, corto y con una lámpara, cuya luz me molestaba enormemente por las mañanas. Como ganado íbamos en marcha hacía los salones para recibir una información, que personalmente, yo no he usado. Pero para no caer en conceptos académicos, puedo decir que el impulso a leer y a ir más allá de lo establecido fue una de las mejores enseñanzas que me dejó la educación inicial.

¿De qué hablar entonces? Pues, hablemos de lo interpersonal, de los apodos, de los romances, de las travesuras, de las fiestas, del alcohol y de la preparación. Esos 5 años que pasan entre el azul y el beige, colocan las primeras vías para el tren de nuestra vida adulta. Lo primero que recuerdo del bachillerato es la originalidad de nuestros nombres escolares o “apodos”, y es que a una edad cuando lo imposible parece posible, nuestro coordinador se llamaba “Luigi”, con sus bigotes, la mirada de caricatura y la calva incipiente no lo separaba mucho del hermano de un famoso plomero que revolucionó el mundo de los videojuegos en los 80. Uno del personal de mantenimiento iba por las instalaciones de nuestra escuela dándose a conocer como “System”, salido directamente de una banda de rock, este personaje recibió una conmemoración eterna en una de las láminas del aire acondicionado que funcionaba en nuestro salón. Pasábamos por las variedades de “Catira” “Perra parida” “Vacation” “Lobo” “Cabernet” “Cachetes” “Negro”, uno clásico que no puede faltar; y terminábamos con un diccionario de nombres que por poco sustituyo la lista de asistencia oficial de la sección “B”.

Vamos dándole personalidad a la historia, porque ahora complementamos con lo que nunca puede faltar: las guerras de taquitos. Ese proyectil, cien por ciento casero, que en las manos adecuadas, podía convertirse en la peor pesadilla de un estudiante desprevenido. ¡Claro! en mi época elevamos esta actividad a un verdadero juego de guerra. Creo que ni los estudiantes de la Universidad Nacional Experimental de las Fuerzas Armadas (Unefa) estudian las tácticas de ataque, tan profesionalmente como nosotros; atrincherados detrás de unos pupitres inertes en el suelo, preparábamos el arsenal. Rollos de papel higiénico, agua y potes de jugos de medio litro, servían de municiones para atacar a todo lo que se moviese. ¡Carajo! que tiempos tan buenos. También teníamos las fiestas de fin de curso, que después del rutinario y fastidioso acto central que organizaba la administración de la escuela, se pasaba a los salones para reventar trapos. Con equipos de sonido precarios, comida, refresco y la sensación de un buen trabajo realizado, lo único que quedaba en pie de nuestra aula, eran las ganas de seguir celebrando.

Obviamente no terminamos en centros de detención juveniles, ni el Cicpc nos está buscando (hasta donde yo sé) lo que se dice arriba son la irreverencias de una juventud que hace tiempo quedó en el pasado. Todos tenemos nuestra cuota de rebeldía, y la mía se encendió durante esos años. Otro de los puntos que recuerdo son esas ganas de salir adelante, sin importar lo que pudiera pasar. Con ciertos traspiés en el camino, puedo asegurar en un gran porcentaje que había una unidad estudiantil entre nosotros. Desarrollar la confianza entre los 12 y 17 años no es fácil, pero esa bruma de apoyo gremial siempre estuvo encima de nuestras cabezas. Hoy en día puedo asegurar que no era el más popular en la clase, pero si algo pasaba en nuestro pequeño mundo que afectase el camino a la meta final, la razón surgía de los sitios más remotos. No todo era color de rosa, pero son estas experiencias las que forman las bases para salir a enfrentar un mundo que no deja espacios para los errores.

Siempre recordaré esa época, el colegio es nuestra independencia repartida en pedacitos. Vamos armando el rompecabezas de una personalidad que guiará nuestros pasos. Me siento orgulloso de la generación a la que pertenezco, deseo mi mismo éxito, y más, a los que compartieron esos años conmigo. Nunca me ha gustado ser un hombre de remembranzas, de recuerdos pasados y de cursilerías; pienso que lo aprendido basta para seguir adelante con nuestro destino. Entonces, más allá de las responsabilidades laborales que me asigna esta publicación, debo dejar este homenaje a aquellos que ahora no los veo todo un mediodía. Que sepan, que aunque estén en otros países, que aunque nunca fuimos los mejores amigos, que si nunca cruzamos palabra y el único registro de nuestra mutualidad es un documento que deja por sentado que nos graduamos juntos; sepan ustedes que esa época fue de las mejores y que se tatuó en mi cerebro.

Ahora tenemos al Facebook, al Twitter y al agridulce Blackberry para comunicarnos. Recuerdo a los inteligentes, a los peleones, a las niñas con su belleza naciente y a los panas con sus sueños de titanio. Son esos recuerdos los que me han dejado una memoria llena de momentos gratos, y que complementan mi vida fuera de Unidad Educativa Fray Luis de León. ¡Salud!.

Jefferson Diaz.
www.jefferson-mimundo.blogspot.com