PAZ MUNDIAL
No sabía como comenzar éste escrito, al principio me inclinaba por una experiencia personal pero después volvía a la idea de lo académico. Llegue a un punto donde me incline a no escribir nada y pensar en un mejor tema. Pero es tan llamativo escribir sobre la esperanza, y a la vez tan difícil. Muchas ideas románticas se me venían a la cabeza; los humanos siempre hemos percibido la esperanza como un conjunto de conceptos donde el bien siempre triunfa sobre el mal, el príncipe rescata a su princesa, las guerras se resuelven con bonitas palabras y los asesinos no son criaturas horribles sino seres mal entendidos. Un conglomerado de pensamientos impuestos por la televisión, el cine y unos cuantos escritores. Me decanté al final, por la idea de que escribir acerca de la esperanza es poner los pies sobre la tierra y pensar en el pasado y futuro.
Nuestra historia mundial nos ha dado seres excepcionales, humanos que a pesar de todas las circunstancias adversas han logrado trazar un camino de entendimiento. No digo de felicidad, porque ese término no hay que usarlo a la ligera. Algunos que no podemos dejar de mencionar: Martín Luther King Jr, Gandhi, La Madre Teresa de Calcuta, Benazir Bhutto; localmente: José Gregorio Hernández, la Madre Candelaria de San José y los miles de héroes anónimos que día a día sobreviven en una Venezuela convulsionada. Son estos faros, encendidos en momentos de oscuridad, los que nos dejaron toneladas de conocimientos para afrontar lo que nos hace daño. Sus referencias todavía duran y pegan duro contra las paredes represivas que colocan nuestros semejantes.
¿Qué tienen en común? Pues, una vida que no puso las cosas fáciles. La sociedad ha evolucionado con un gen de violencia, es preciso estudiar nuestras batallas y reconocer que somos seres violentos por naturaleza. Ningún otro animal en el planeta Tierra tiene la habilidad para destruir tan masivamente, como lo hacemos nosotros. Nuestra razón, principal elemento que nos hace los seres dominantes de nuestro entorno, se ha guardado en un cajón cuyas paredes están hechas de intereses personales, beneficios económicos, luchas de clases y estupidez. Es así, que poco a poco vamos recogiendo las piezas de lo que hemos roto sin aprender la lección. Tropezamos con la misma piedra infinidad de veces. Son las personas que llevan un mensaje de esperanza, las que han comprendido que hay otro gen en nosotros: el gen del entendimiento. Que después de siete millones de años de haber aparecido el primer hombre en el planeta, hemos aprendido más cosas, además de perfeccionar nuestras técnicas de asesinato.
Muchas veces me río de la clasificación de Primer Mundo y Tercer Mundo, como si tener más o menos nos hace diferentes. Obviando las teorías políticas y económicas, porque no estoy escribiendo para defender un capitalismo o un supuesto socialismo, son estas mismas identificaciones las que colocan las trabas en el camino. Caminamos en una casa que tiene infinidad de cuartos, las naciones; y que están separados por paredes que no dejan pasar el sonido, evitando la comunicación. La sala podría ser la Organización de las Naciones Unidas (ONU), pero todavía estamos tratando de definir como la decoramos, sin estrenar muebles para sentarnos a conversar. Tenemos “líderes” que persiguen objetivos propios, para ellos la democracia quedó en segundo plano.
Ahora, ¿sabemos en realidad lo que es vivir en sociedad? El albatros es un ave que busca el bien de la bandada. Cuando un miembro de la misma no está cumpliendo con su trabajo, le dan un lapso de tiempo para que mejore, pasado ese intervalo y de no mejorar lo matan. Logrando así un equilibrio positivo para los miembros útiles del grupo. Es radical, es primitivo, no es humano. Su enemigo más peligroso es el hombre. Su hábitat se ha visto amenazado por los derrames de petróleo en las costas del mundo, las redes de pesca de arrastre y su caza en algunos países por considerar que ha sobrepoblados áreas donde hay viviendas humanas. No nos diferenciamos mucho del albatros, poco a poco hemos empezado a eliminar las especies que no nos parecen útiles, sino que las vemos como inquilinos de este mundo, o como fuentes de energía. Hemos caído en esa eliminación progresiva de animales para expandir nuestro terreno.
Lo mismo pasa con los humanos. Allí tenemos a Darfur, Ruanda, Costa de Marfil, El Salvador, Colombia, Tailandia, Indonesia, Palestina, Irak, Georgia, Corea del Norte y coloque usted su opción. Frentes de batalla donde se ha procedido a la eliminación de los humanos “débiles” y que no contribuyen con la humanidad. ¿Dónde quedó la esperanza? ¿Acaso la ONU ha brindado soluciones? Mis palabras están empañadas de desilusión y fracaso. En estos momentos es cuando recuerdo los discursos de mi madre donde me dice que deje de pensar en tantos pajaritos preñados y me ponga a producir. Triste pero cierto. ¿Qué puedo hacer por ellos? Nada, porque desde mi país las cosas no son color de rosa. En una ciudad como Caracas, donde en la morgue entran 80 cadáveres todos los fines de semana, es difícil pensar en la esperanza. Vivo diariamente en un frente de batalla. Mi trinchera es mi casa, y mi arma la paranoia; una herramienta que no me deja caminar tranquilo por la calle, que no me permite bajar la guardia y que me dice que todos los motorizados son ladrones potenciales. ¡Qué bendita manía con los prejuicios!
Mucha filosofía barata, como diría un amigo. Los venezolanos no vivimos, sobrevivimos. No producimos, almacenamos. No nos divertimos, vivimos el hoy y el ahora. Por eso decía al principio, que para hablar de esperanza hay que hablar de futuro. Muchos de mis amigos, por esta época, están recogiendo la cosecha de 5 años de estudio universitario. Como Licenciados de ésta República caribeña, salen al ruedo para empezar los estudios de la vida. Es cuando el futuro da una cachetada en la cara y nos dice: “marca los primeros pasos de tu camino”. Maletas hechas, destinos foráneos y muchos postgrados traducidos a Master, son los destinos cercanos de estos profesionales; el futuro parece que tiene las maletas hechas en nuestro país. No los culpo ¿quién podría? La juventud es así, abre el compás hasta que no da más.
Mis héroes, los que brindan mi esperanza son las personas que queden o que se van, mantienen un hilo de corazón con esa energía que los creo. Son los ojos de mi hermano de 2 años, que cada mañana llenos de lagañas me brindan un brillo de alegría y ganas de seguir partiendo a martillazos el muro que me rodea. Son los libros y la educación que me zarandea y me quita la pereza para obtener mi título. Es mi familia, que con su apoyo incondicional me da la fortaleza para luchar hasta que me canse. Son ustedes los que leen estas líneas, los que me dan pedazos del rompecabezas para desear el éxito. Un éxito que espero sea colectivo. Son estos momentos de reflexión, que me recuerdan que no soy un pendejo y que la astucia puede convivir con mis deseos romanticones de: Paz Mundial. ¡Salud!
Jefferson Díaz
Nuestra historia mundial nos ha dado seres excepcionales, humanos que a pesar de todas las circunstancias adversas han logrado trazar un camino de entendimiento. No digo de felicidad, porque ese término no hay que usarlo a la ligera. Algunos que no podemos dejar de mencionar: Martín Luther King Jr, Gandhi, La Madre Teresa de Calcuta, Benazir Bhutto; localmente: José Gregorio Hernández, la Madre Candelaria de San José y los miles de héroes anónimos que día a día sobreviven en una Venezuela convulsionada. Son estos faros, encendidos en momentos de oscuridad, los que nos dejaron toneladas de conocimientos para afrontar lo que nos hace daño. Sus referencias todavía duran y pegan duro contra las paredes represivas que colocan nuestros semejantes.
¿Qué tienen en común? Pues, una vida que no puso las cosas fáciles. La sociedad ha evolucionado con un gen de violencia, es preciso estudiar nuestras batallas y reconocer que somos seres violentos por naturaleza. Ningún otro animal en el planeta Tierra tiene la habilidad para destruir tan masivamente, como lo hacemos nosotros. Nuestra razón, principal elemento que nos hace los seres dominantes de nuestro entorno, se ha guardado en un cajón cuyas paredes están hechas de intereses personales, beneficios económicos, luchas de clases y estupidez. Es así, que poco a poco vamos recogiendo las piezas de lo que hemos roto sin aprender la lección. Tropezamos con la misma piedra infinidad de veces. Son las personas que llevan un mensaje de esperanza, las que han comprendido que hay otro gen en nosotros: el gen del entendimiento. Que después de siete millones de años de haber aparecido el primer hombre en el planeta, hemos aprendido más cosas, además de perfeccionar nuestras técnicas de asesinato.
Muchas veces me río de la clasificación de Primer Mundo y Tercer Mundo, como si tener más o menos nos hace diferentes. Obviando las teorías políticas y económicas, porque no estoy escribiendo para defender un capitalismo o un supuesto socialismo, son estas mismas identificaciones las que colocan las trabas en el camino. Caminamos en una casa que tiene infinidad de cuartos, las naciones; y que están separados por paredes que no dejan pasar el sonido, evitando la comunicación. La sala podría ser la Organización de las Naciones Unidas (ONU), pero todavía estamos tratando de definir como la decoramos, sin estrenar muebles para sentarnos a conversar. Tenemos “líderes” que persiguen objetivos propios, para ellos la democracia quedó en segundo plano.
Ahora, ¿sabemos en realidad lo que es vivir en sociedad? El albatros es un ave que busca el bien de la bandada. Cuando un miembro de la misma no está cumpliendo con su trabajo, le dan un lapso de tiempo para que mejore, pasado ese intervalo y de no mejorar lo matan. Logrando así un equilibrio positivo para los miembros útiles del grupo. Es radical, es primitivo, no es humano. Su enemigo más peligroso es el hombre. Su hábitat se ha visto amenazado por los derrames de petróleo en las costas del mundo, las redes de pesca de arrastre y su caza en algunos países por considerar que ha sobrepoblados áreas donde hay viviendas humanas. No nos diferenciamos mucho del albatros, poco a poco hemos empezado a eliminar las especies que no nos parecen útiles, sino que las vemos como inquilinos de este mundo, o como fuentes de energía. Hemos caído en esa eliminación progresiva de animales para expandir nuestro terreno.
Lo mismo pasa con los humanos. Allí tenemos a Darfur, Ruanda, Costa de Marfil, El Salvador, Colombia, Tailandia, Indonesia, Palestina, Irak, Georgia, Corea del Norte y coloque usted su opción. Frentes de batalla donde se ha procedido a la eliminación de los humanos “débiles” y que no contribuyen con la humanidad. ¿Dónde quedó la esperanza? ¿Acaso la ONU ha brindado soluciones? Mis palabras están empañadas de desilusión y fracaso. En estos momentos es cuando recuerdo los discursos de mi madre donde me dice que deje de pensar en tantos pajaritos preñados y me ponga a producir. Triste pero cierto. ¿Qué puedo hacer por ellos? Nada, porque desde mi país las cosas no son color de rosa. En una ciudad como Caracas, donde en la morgue entran 80 cadáveres todos los fines de semana, es difícil pensar en la esperanza. Vivo diariamente en un frente de batalla. Mi trinchera es mi casa, y mi arma la paranoia; una herramienta que no me deja caminar tranquilo por la calle, que no me permite bajar la guardia y que me dice que todos los motorizados son ladrones potenciales. ¡Qué bendita manía con los prejuicios!
Mucha filosofía barata, como diría un amigo. Los venezolanos no vivimos, sobrevivimos. No producimos, almacenamos. No nos divertimos, vivimos el hoy y el ahora. Por eso decía al principio, que para hablar de esperanza hay que hablar de futuro. Muchos de mis amigos, por esta época, están recogiendo la cosecha de 5 años de estudio universitario. Como Licenciados de ésta República caribeña, salen al ruedo para empezar los estudios de la vida. Es cuando el futuro da una cachetada en la cara y nos dice: “marca los primeros pasos de tu camino”. Maletas hechas, destinos foráneos y muchos postgrados traducidos a Master, son los destinos cercanos de estos profesionales; el futuro parece que tiene las maletas hechas en nuestro país. No los culpo ¿quién podría? La juventud es así, abre el compás hasta que no da más.
Mis héroes, los que brindan mi esperanza son las personas que queden o que se van, mantienen un hilo de corazón con esa energía que los creo. Son los ojos de mi hermano de 2 años, que cada mañana llenos de lagañas me brindan un brillo de alegría y ganas de seguir partiendo a martillazos el muro que me rodea. Son los libros y la educación que me zarandea y me quita la pereza para obtener mi título. Es mi familia, que con su apoyo incondicional me da la fortaleza para luchar hasta que me canse. Son ustedes los que leen estas líneas, los que me dan pedazos del rompecabezas para desear el éxito. Un éxito que espero sea colectivo. Son estos momentos de reflexión, que me recuerdan que no soy un pendejo y que la astucia puede convivir con mis deseos romanticones de: Paz Mundial. ¡Salud!
Jefferson Díaz